lunes, 3 de febrero de 2014

RAINER MARIA RILKE A CLARA RILKE. 5 DE SEPTIEMBRE DE 1902.


 
Clara Westhoff  (escultora y esposa de Rilke) y Rainer Maria Rilke.



A CLARA RILKE
Septiembre 5 de 1902
París, calle Toullier 11



…Creo que muchas cosas se me han aclarado el otro día, cerca de Rodin. Después de un almuerzo no menos agitado, no menos extraño que aquel del que te he hablado, nos sentamos sobre un banco del jardín, desde donde dominábamos, en la lejanía y por lo alto, una maravillosa vista de París. Todo era calmo y bello. La chicuela—realmente es su hija—nos había acompañado sin que Rodin se apercibiera. Por otra parte, apenas la teníamos en cuenta. Se sentó, no lejos de nosotros, en el borde del camino; con lenta tristeza se puso a buscar guijarros llamativos entre el pedregullo. Se aproximaba, de tiempo en tiempo, miraba la boca de Rodin, por si estaba a punto de hablar, o la mía, por si también estaba por hacerlo. En cierto momento le trajo una violeta. La posó tímidamente sobre la mano de Rodin; luego quiso hacerla entrar en ella, sujetarla de alguna manera. Pero la suya es una mano de piedra. La mirada de Rodin se deslizó sobre ella; después fue superando la tímida manita, la violeta, la niña, toda esta escena tierna y se suspendió, de nuevo, en las cosas que siempre parecen tomar forma en él. 

Auguste Rodin


    Hablaba de arte, de aquellos que comercian, de su propio aislamiento. Decía bellas cosas que yo más adivinaba que entendía, pues sus palabras eran indistintas y rápidas. Sin cesar retornaba a la belleza: está en todas partes para quien la comprende y la desea: nace de las cosas, de la vida de las cosas, al mirar una piedra, el torso de una mujer…Y siempre, siempre: el trabajo. Desde que las necesidades corporales, las pesadas necesidades manuales, son tenidas por inferiores—decía—, el trabajo, en síntesis, ha cesado: yo conozco en París cinco o seis hombres que saben realmente qué significa esta palabra. Tal vez demasiado. Pero en las escuelas que realizan, años mediante, ellos “componen”. Y haciendo esto no aprenden nada sobre la esencia misma de las cosas. El modelado, yo sé lo que esto significa: la naturaleza de los planos, lo opuesto al contorno, lo que llena todo contorno; es la ley, la relación de los planos.
     Tú comprenderás, para él NO EXISTE nada superior al modelado…de todo objeto, de todo cuerpo. El destaca, en el hecho, después de haberlo observado, una cosa independiente, una cosa plástica, una obra de arte. 

 
Auguste Rodin. Despojos, brazos derechos. Museo Rodin.


Así, un fragmento de brazo, de pierna, de torso, adviene, bajo sus ojos, un todo; porque él ya no piensa más en un brazo, en una pierna, en un cuerpo—no considera su “sujeto”, ¿comprendes?, su anécdota, por así decirlo—. Pero, en cambio, tiene un  modelo encerrado en sí mismo que, en cierto modo, está completo, acabado.
     El bosquejo que haré a continuación es, en ese sentido, de una extraordinaria significación. La chiquilla nos trae una concha de caracol hallada en el camino. De repente, Rodin, que no había prestado atención a la flor, se detiene, toma el caracol, lo admira, le gira; le da vuelta observándolo y después dice: “He aquí el modelado griego”… Yo había comprendido. Agregó: “Usted sabe que no me refiero a la forma del objeto; pero, el modelado”… Se descubre otra conchilla quebrada, completamente aplastada… “Es el modelado gótico-renacentista” dice Rodin con su altivo y tierno sonreír.
     Ahora, escuchad su idea: no se trata para mí, es decir, el plástico por excelencia, de ver o estudiar los contornos o los colores, sino más bien lo que hace mi arte: la superficie, su naturaleza. Si ella es rugosa o lisa, brillante o mate; no en su apariencia, pero sí en su realidad interna, en “sí misma”. Los objetos, desde este punto de vista, no son engañadores. Este pequeño caracol evoca las obras maestras del arte griego: igual simplicidad, igual pulimento, igual fulgor interior, igual alegría grave en su superficie…Sí. En este sentido los objetos no nos equivocan. Encierran las leyes en su estado puro. Todos los pedazos de esta conchilla serán siempre de la misma especie, serán siempre rastros del modelado griego…Este caracol no cesará jamás de ser un todo desde el punto de vista de su modelado, y el menor fragmento será siempre modelado griego
     ¡Se comprende, entonces, qué progreso representa Rodin y con qué emoción debió advertir que nadie, antes que él, se había relacionado con ese elemento esencial de la escultura! A Rodin le había sido, por lo tanto, reservado el descubrimiento de mil cosas que se le presentaban, debía crearse un medio de expresión, acostumbrarse a decir todo por sí mismo y nada más que por sí mismo. Ahí residía—supongo que tú ya lo vas sabiendo—la segunda misión de este gran destino. La primera había sido el descubrimiento de un nuevo elemento; la segunda consistía, únicamente, en pedir a la vida que se expresara íntegramente en esto solo elemento…


Auguste Rodin por Edward Steichen.
  …Rodín se casó porque es necesario tener una mujer, como me ha dicho. Yo le hablaba, con otro motivo, de ciertos grupos que los amigos forman entre ellos y le agregaba que, en mi opinión, todo nace del esfuerzo solitario. Me respondió: “Es cierto, no resulta bueno constituir grupos: los amigos se impiden. Es mejor estar solo. Puede tenerse una mujer porque es necesario tener una mujer…” Son esas sus palabras, poco más o menos… Calló un momento y repitió, en actitud maravillosamente grave…: es menester trabajar, nada más que trabajar. Y hay que tener paciencia. No hay que pensar en realizar esto o aquello; basta buscarse hasta construirse un medio de expresión propio, personal. Y, entonces, de inmediato, decir todo, todo. Es necesario trabajar, tener paciencia. No mirar ni a derecha ni a izquierda. Conducir toda la vida en esta esfera; no tener nada fuera de esta vida. Rodin lo ha hecho. Le he dado toda mi juventud, manifiesta. Esto es cierto. Es preciso sacrificar todo lo demás. El malestar en la casa de Tolstoi, las escenas incómodas en casa de Rodin, tienen una misma significación. Hay que elegir: lo uno o lo otro. La felicidad o el arte. Uno debe encontrar la felicidad en su arte, me repetía Rodin. Todo esto es claro, muy claro. La vida de los grandes hombres es un camino abandonado, invadido por la maleza; pues ellos se realizan exclusivamente para su arte. La otra vida queda atrofiada, como un órgano del que no se servirá más…



      

     Rodin no ha vivido más que en su obra. Es por eso que ella ha crecido a su alrededor; por eso cuando la realidad le imponía obligaciones indignas de él no se ha perdido. Su vida no se consumió en proyectos: en la tarde daba forma concreta a todas las intenciones de la jornada…Sí, todo para él ha advenido realidad. Esto es parte de su grandeza: no es necesario habitar en los ensueños, en los deseos, en las intenciones. Es imprescindible transformar todo eso en objetos. Como Rodin lo hizo. ¿Por qué ha sido certero el rumbo de su camino? De ninguna manera porque haya sido comprendido y aprobado. Sus amigos son raros y él se alberga, según su palabra, en el index. Pero su obra está allí, realidad enorme, grandiosa, insuperable. Ha conquistado así su lugar y su derecho. Se puede imaginar a un hombre dotado de la misma sensibilidad, de la misma voluntad, pero que hubiese esperado para producir, ¿Quién se inquietaría por él? Sólo sería, entonces, un viejo loco sin nada que esperar de nadie. Producir, producir es lo que importa. En cuanto una obra está lista, diez o doce otras cosas le hacen escolta; sesenta, setenta desnudos se apretujan alrededor del primero; luego salta de uno a otro impulso; puede hacerlo porque se ha conquistado un lugar en la tierra, una base sólida. Entonces ya no se corre el riesgo de malograrse, de perderse. Cuando Rodin se pasea en medio de sus cosas, pareciera que le volcasen, sin que se agoten jamás, la juventud, la certidumbre, la voluntad para nuevas tareas. No se puede extraviar. Su obra está cerca de él, como un ángel que le pretege…¡Su obra inmensa!






domingo, 19 de enero de 2014

FRIDA KAHLO. Corrido para Antonio Pujol y Ángel Bracho


 Imogen Cunningham. Frida Kahlo, 1931.





San Francisco, enero I, 1931.



A Pujol y a Bracho



Hijos de la gran mañana!
los saludo desde aquí
a la manera tehuana
pá que les llegue hasta allí

Trabajen mucho muchachos
y hagan hartos cuadrotes!!!!
pá vender a los gringachos
y les den hartos pesotes

Vacilen hasta cansarse
con las tehuanas tan chulas
si no saben abusarse
serán purititas mulas

Un saludo yo les mando
y me despido también
pá que se queden pensando
en la que los quiere bien


Su cuate
Frieda


Bracho y Pujol eran dos jóvenes artistas mexicanos, nacidos, respectivamente, en 1911 y 1914. Estudiaban en la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad Nacional cuando Diego Rivera fue director de la misma.  


Tomado de Escrituras de Frida Kahlo




miércoles, 20 de noviembre de 2013

RAINER MARIA RILKE. Cartas a un joven poeta, VI.



CARTA VI




Alberto Magnelli (1888-1971). Pintor italiano.  L'espera al jardí, 1922




Roma, 23 de diciembre de 1903


Mi querido señor Kappus:

No debe faltarte mi saludo en vísperas de Navidad, cuando en medio de las fiestas, usted soporta su soledad más difícilmente que en otras ocasiones. Pero si advierte que esta es grande, alégrese por ello, pues ¿qué sería (pregúntese usted) una soledad que no tuviera grandeza? La soledad es una; grande y no fácil de llevar; y a casi todos les sobrevienen horas que cambiarían gustosos por alguna comunicación –incluso mediocre y anodina-, por la apariencia de un mínimo acuerdo con el primero que llegase, con el más indigno… Pero tal vez sean estas horas, precisamente, aquellas en las que crece la soledad; pues su crecimiento es doloroso como el crecimiento de los niños, y tristes como el inicio de las primaveras. Ello no debe confundirlo. Lo que se necesita es sólo esto: soledad, gran soledad interior. Entrar en sí mismo y durante horas no encontrar a nadie; he ahí lo que debe lograrse. Hallarse en soledad, como cuando uno era niño y las personas mayores iban y venían enredadas en cosas que, si parecían importantes y grandes, era porque esos adultos tenían aire de preocupación y porque uno nada comprendía de ese quehacer.

 Y un día, cuando se advierte que sus ocupaciones son míseras y que ellos se han cristalizado en sus oficios y se han disociado de la vida, ¿por qué no continuar viéndolos de la misma manera en que lo hace un niño, como algo extraño, desde el fondo del mundo propio, desde el ámbito de la propia soledad que, en sí misma, también es trabajo, jerarquía y profesión? ¿Por qué empeñarse en cambiar por defensa y desprecio la sabia incomprensión de un niño? No querer comprender es también soledad. En cambio, una actitud defensiva y de desprecio significan participación en aquello que uno quiere ignorar.



Georges-Pierre Seurat (1859-1891). Pintor francés.

         Piense, querido señor, en el mundo que usted lleva dentro, y denomine a ese pensamiento como quiera: recuerdo de la propia infancia o anhelo del futuro; pero esté atento a lo que surge en usted y antepóngalo a todo cuanto observa en su entorno. Su acontecer íntimo es digno de todo su amor; en él debe usted trabajar de algún modo y no perder demasiado tiempo ni demasiado ánimo en aclarar su posición respecto de los demás. Porque, ¿quién le dice que tenga usted posición alguna? Su profesión es dura, lo sé, y se contradice plenamente con usted mismo; preveía sus quejas y sabía que vendrían. Ahora ya están presentes, no puedo aliviarlas, sólo puedo sugerirle que considere si todas las profesiones no son así, llenas de exigencias y hostilidad hacia el individuo, saturadas del odio de quienes se han adaptado, mudos y huraños, al deber en sí. La condición en que ahora tiene usted que vivir no se encuentra más pesadamente cargada de convencionalismos, prejuicios y errores que las otras condiciones, y si bien hay algunas que aparentan mayor libertad, no hay, con todo, ninguna lo suficientemente amplia como para relacionarse con las grandes cosas en las cuales consiste la verdadera vida. 

Únicamente el individuo en soledad está –al igual que una cosa- sometido a las leyes profundas, y cuando sale al despuntar la mañana o mira la noche cerrada –momento lleno de realización- y siente lo que allí sucede, se libera de cualquier condición que tenga, tal como si fuese un muerto, no obstante encontrarse en medio de lo que es puramente vida.
         Lo que usted, querido señor Kappus sufre ahora como oficial, de manera análoga lo hubiera sentido en cualquiera de las profesiones existentes. Incluso, aunque hubiese procurado fuera de toda profesión un vínculo flexible e independiente con la sociedad, no hubiese dejado de tener ese opresivo sentimiento. En todas partes es así, pero ello no es motivo para inquietarse o entristecerse. Si no hay afinidad entre los hombres y usted, trate de estar cerca de las cosas: ellas no lo abandonarán. 
 
Emil Nolde (1867-1956). Pintor alemán.



Todavía quedan las noches y los vientos que agitan los árboles y cruzan muchas tierras. En las cosas y en los animales, todo está lleno de acontecimientos en los cuales puede usted participar. Y los niños son siempre lo que usted fue de niño –así de tristes y felices- y si piensa en su infancia, revivirá entonces en medio de ellos, en medio de los niños solitarios. Los adultos nada son, y su dignidad nada vale.

         Y si le inquieta e importuna evocar su infancia, esa sencillez y tranquilidad que con ella se relaciona –porque no puede ya creer en Dios, que en toda ella está presente- pregúntese, querido señor Kappus si, en verdad, ha perdido a Dios. ¿No será, más bien, que usted nunca lo ha poseído? Pues, ¿cuándo puede haberlo poseído?¿Cree usted que un niño puede retener a Aquel a quien los hombres mismos llevan penosamente y cuyo peso agobia a los ancianos? ¿Cree usted que, quien en verdad lo tenga, puede perderlo como si fuese un guijarro o no piensa usted –como yo- que quien tuviera a Dios podría ser perdido sólo por Él? Pero si usted reconoce que Él no estuvo en su infancia ni antes; si vislumbra que Cristo fue engañado por su anhelo y Mahoma por su orgullo; y si siente, con terror –en esta hora en que hablamos de Él- que Dios no existe, ¿qué derecho tiene a echarlo de menos a Él, que nunca existió, como alguien que ha pasado, y buscarlo como si lo hubiese perdido?

         ¿Por qué no piensa que Él es el que llegará, el que desde la eternidad está por venir; que Él es lo futuro, el fruto maduro de un árbol  cuyas hojas somos nosotros? ¿Qué le impide proyectar su nacimiento en los tiempos venideros y vivir su propia existencia como si fuera uno de esos hermosos y dolorosos días en la historia de una sublime gestación? ¿No ha visto usted que todo lo que sucede es, una y otra vez, un comienzo? ¿Y acaso no podría ser Su comienzo, ya que el principio es, por sí mismo, tan hermoso? Si Él es el más perfecto ¿no deben preexistir los más perfectos cumplimientos para que Él pueda escoger su sustancia entre la plenitud y la profusión? ¿No debe ser Él, el Último a fin de abarcarlo todo en sí? ¿Y qué sentido tendría nuestra búsqueda si Aquel a quien anhelamos ya hubiese existido?

         Así como las abejas acumulan miel, así nosotros buscamos lo más dulce de cada cosa y lo construimos a Él. Hasta con lo menudo, con lo insignificante (siempre sea por amor) le damos comienzo; con el trabajo, después con el reposo; con el silencio o con una efímera y solitaria alegría; con todo cuanto hacemos solos, sin ayuda ni seguidores, comenzamos a Aquel que no llegaremos a ver, así como nuestros antepasados tampoco pudieron vernos. Y no obstante, ellos, los remotos antepasados, están en nosotros como estructura, como carga sobre nuestro destino, en el bullir de nuestra sangre y como gestos que se elevan desde las profundidades del tiempo. ¿Hay algo que pueda sustraerle a usted la esperanza de ser así, algún día, en Él –el más Lejano, el Supremo-?

         Festeje la Navidad, querido señor Kappus, en el piadoso sentimiento de que quizás Él necesite de esta angustia ante la vida, que usted siente, para comenzar. Estos días de transición acaso sean precisamente el tiempo en que todo, en usted, trabaja para Él, como ya de niño, trabajó por Él, respirando.

         Sea usted paciente y voluntarioso. Piense que lo menos que podemos es no hacerle su advenimiento más difícil de lo que la tierra resiste a la primavera, cuando esta llega.

Y esté contento y confiado.

Suyo,

Rainer María Rilke



De: Cartas a un joven poeta






Boris Pasternak (1890 – 1960), escritor y artista ruso. Retrato de Rainer Maria Rilke.



viernes, 8 de noviembre de 2013

ALBERT CAMUS A SU MAESTRO LOUIS GERMAIN



Carta dirigida a su maestro de primaria en Argelia luego de ganar el Premio Nobel.


 
Albert Camus (Argel, 1913-Francia, 1960). Escritor francés. Premio Nobel de Literatura, 1957.




París, 19 de noviembre de 1957.



Querido señor Germain:

Esperé a que se apagara un poco el ruido que me ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. 

Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto. 

No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continuarán siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido.

Lo abrazo con todas mis fuerzas.


Albert Camus.