sábado, 12 de abril de 2014

FRIDA KAHLO. Diario.








Diego.
Verdad es, muy grande, que yo
no quisiera, ni hablar, ni dormir
ni oir, ni querer,
Sentirme encerrada, sin miedo
a la sangre, sin tiempo ni ma-
gia, dentro de tu mismo miedo,
y dentro de tu gran angustia, y
en el mismo ruido de tu corazón.
Toda ésta locura, si te la pidiera,
yo sé que sería, para tu silencio,
sólo turbación.
Te pido violencia, en la sinrazón,
y tú, me das gracia, tu luz y
calor.
Pintarte quisiera, pero no hay co-
lores, por haberlos tántos, en mi
confusión, la forma concreta
de mi gran amor.        
                               F.
Hoy, Diego me besó,
Cada momento, él es mi niño,
mi niño nacido, cada ratito,
diario, de mi misma.



lunes, 24 de marzo de 2014

RAINER MARIA RILKE. Cartas a un joven poeta, V.




Roma, Capidoglio, 1900


Roma, 29 de octubre de 1903



Querido señor:

Recibí en Florencia su carta del 29 de agosto y ahora—después de dos meses—le respondo a ella. Perdone mi demora, pero mientras viajo no me agrada escribir cartas, porque para escribirlas necesito más que los elementos indispensables: algo de quietud y soledad y  una hora no muy insólita.

     Llegamos a Roma hace seis semanas, en una estación en que aún era una Roma vacía, ardiente, desacreditada por la fiebre; esta circunstancia y dificultades de ubicación confluyeron para que nuestra inquietud no tuviese término. Ser extranjeros gravita rotundamente y adquiere el peso de una expatriación. A ello hay que agregar que Roma (cuando se la desconoce) sumerge los primeros días, en agobiadora tristeza, por el inanimado y melancólico ambiente de museo que exhala desde la opulencia de sus pasados desenterrados y laboriosamente mantenidos (de los cuales se nutre un presente mediocre), a causa de la desmesurada sobrevaloración—que fomentan sabios y filólogos y remedan los habituales visitantes de Italia—de todos estos objetos desfigurados y estropeados que , en el fondo, no son más que azarosos vestigios de otro tiempo y de una vida que no es nuestra y que no debe serlo.

     En fin, después de semanas de un cotidiano batallar, uno se encuentra nuevamente de retorno en sí mismo—aunque algo perturbado todavía—y se dice: No, no hay aquí más belleza que en otras partes, y todos estos objetos admirados por generaciones, restaurados por meros operarios, nada significan, nada son; no tienen alma, corazón ni valor. Pero hay aquí mucha belleza. Aguas pletóricas de vida vienen a la gran ciudad por los viejos acueductos y danzan sobre las blancas fuentes de piedra en las numerosas plazas, y se extienden en los estanques espaciosos y murmuran durante el día y elevan su rumor por la majestuosa y estrellada noche, acariciada por los vientos.

     Y hay aquí jardines, alamedas inolvidables y escaleras; escaleras imaginadas por Miguel Ángel, escaleras  concebidas a semejanza de los saltos de agua, amplias en su caída, donde un peldaño nade de otro, como una ola de otra ola.

         Gracias a tales impresiones, uno puede resguardarse y recobrarse del parloteo que lo rodea (¡y en cuán grande medida!) y aprende, despaciosamente, a reconocer las muy pocas cosas donde permanece algo de lo eterno—aquello que podemos amar—y algo de lo solitario: aquello de lo que uno puede participar en silencio.

Estatua ecuestre del emperado romano Marco Aurelio.



     Habito aún en la ciudad, en la zona del Capitolio, no lejos de la más hermosa estatua ecuestre del arte romano; la de Marco Aurelio; pero dentro de algunas semanas me mudaré a un sitio apacible y sencillo, a un viejo pabellón perdido en el fondo de un gran parque, preservado de los ruidos y asechanzas de la ciudad. Allí viviré todo el invierno y gozaré del gran silencio en el cual espero el regalo de horas buenas y fecundas…

     Desde allí, donde me sentiré más “en mi casa”, le escribiré una carta más extensa, cuyo tema girara todavía en torno a su última misiva. Hoy he de decirle solamente (y acaso sea injusto que no lo haya hecho antes), que no ha llegado aquí el libro anunciado en su carta, con sus trabajos. ¿Habrá sido remitido, tal vez, desde Worpswede?, pues no se permite que los paquetes pasen al extranjero. Esta posibilidad es la más favorable y me agradaría que se confirmase. Espero que no se haya perdido, lo cual (lamentablemente) no sería extraño, tratándose del correo italiano.

     Habría recibido el libro con placer, como todo lo que da señales de usted. Respecto de los versos compuestos en este lapso, si usted me los confía, los leeré y releeré y los viviré tan bien y tan cordialmente como pueda.

     Con saludos y deseos.

     Suyo,

Rainer María Rilke


De: Cartas a un joven poeta (1929)




Rainer Maria Rilke

lunes, 3 de febrero de 2014

RAINER MARIA RILKE A CLARA RILKE. 5 DE SEPTIEMBRE DE 1902.


 
Clara Westhoff  (escultora y esposa de Rilke) y Rainer Maria Rilke.



A CLARA RILKE
Septiembre 5 de 1902
París, calle Toullier 11



…Creo que muchas cosas se me han aclarado el otro día, cerca de Rodin. Después de un almuerzo no menos agitado, no menos extraño que aquel del que te he hablado, nos sentamos sobre un banco del jardín, desde donde dominábamos, en la lejanía y por lo alto, una maravillosa vista de París. Todo era calmo y bello. La chicuela—realmente es su hija—nos había acompañado sin que Rodin se apercibiera. Por otra parte, apenas la teníamos en cuenta. Se sentó, no lejos de nosotros, en el borde del camino; con lenta tristeza se puso a buscar guijarros llamativos entre el pedregullo. Se aproximaba, de tiempo en tiempo, miraba la boca de Rodin, por si estaba a punto de hablar, o la mía, por si también estaba por hacerlo. En cierto momento le trajo una violeta. La posó tímidamente sobre la mano de Rodin; luego quiso hacerla entrar en ella, sujetarla de alguna manera. Pero la suya es una mano de piedra. La mirada de Rodin se deslizó sobre ella; después fue superando la tímida manita, la violeta, la niña, toda esta escena tierna y se suspendió, de nuevo, en las cosas que siempre parecen tomar forma en él. 

Auguste Rodin


    Hablaba de arte, de aquellos que comercian, de su propio aislamiento. Decía bellas cosas que yo más adivinaba que entendía, pues sus palabras eran indistintas y rápidas. Sin cesar retornaba a la belleza: está en todas partes para quien la comprende y la desea: nace de las cosas, de la vida de las cosas, al mirar una piedra, el torso de una mujer…Y siempre, siempre: el trabajo. Desde que las necesidades corporales, las pesadas necesidades manuales, son tenidas por inferiores—decía—, el trabajo, en síntesis, ha cesado: yo conozco en París cinco o seis hombres que saben realmente qué significa esta palabra. Tal vez demasiado. Pero en las escuelas que realizan, años mediante, ellos “componen”. Y haciendo esto no aprenden nada sobre la esencia misma de las cosas. El modelado, yo sé lo que esto significa: la naturaleza de los planos, lo opuesto al contorno, lo que llena todo contorno; es la ley, la relación de los planos.
     Tú comprenderás, para él NO EXISTE nada superior al modelado…de todo objeto, de todo cuerpo. El destaca, en el hecho, después de haberlo observado, una cosa independiente, una cosa plástica, una obra de arte. 

 
Auguste Rodin. Despojos, brazos derechos. Museo Rodin.


Así, un fragmento de brazo, de pierna, de torso, adviene, bajo sus ojos, un todo; porque él ya no piensa más en un brazo, en una pierna, en un cuerpo—no considera su “sujeto”, ¿comprendes?, su anécdota, por así decirlo—. Pero, en cambio, tiene un  modelo encerrado en sí mismo que, en cierto modo, está completo, acabado.
     El bosquejo que haré a continuación es, en ese sentido, de una extraordinaria significación. La chiquilla nos trae una concha de caracol hallada en el camino. De repente, Rodin, que no había prestado atención a la flor, se detiene, toma el caracol, lo admira, le gira; le da vuelta observándolo y después dice: “He aquí el modelado griego”… Yo había comprendido. Agregó: “Usted sabe que no me refiero a la forma del objeto; pero, el modelado”… Se descubre otra conchilla quebrada, completamente aplastada… “Es el modelado gótico-renacentista” dice Rodin con su altivo y tierno sonreír.
     Ahora, escuchad su idea: no se trata para mí, es decir, el plástico por excelencia, de ver o estudiar los contornos o los colores, sino más bien lo que hace mi arte: la superficie, su naturaleza. Si ella es rugosa o lisa, brillante o mate; no en su apariencia, pero sí en su realidad interna, en “sí misma”. Los objetos, desde este punto de vista, no son engañadores. Este pequeño caracol evoca las obras maestras del arte griego: igual simplicidad, igual pulimento, igual fulgor interior, igual alegría grave en su superficie…Sí. En este sentido los objetos no nos equivocan. Encierran las leyes en su estado puro. Todos los pedazos de esta conchilla serán siempre de la misma especie, serán siempre rastros del modelado griego…Este caracol no cesará jamás de ser un todo desde el punto de vista de su modelado, y el menor fragmento será siempre modelado griego
     ¡Se comprende, entonces, qué progreso representa Rodin y con qué emoción debió advertir que nadie, antes que él, se había relacionado con ese elemento esencial de la escultura! A Rodin le había sido, por lo tanto, reservado el descubrimiento de mil cosas que se le presentaban, debía crearse un medio de expresión, acostumbrarse a decir todo por sí mismo y nada más que por sí mismo. Ahí residía—supongo que tú ya lo vas sabiendo—la segunda misión de este gran destino. La primera había sido el descubrimiento de un nuevo elemento; la segunda consistía, únicamente, en pedir a la vida que se expresara íntegramente en esto solo elemento…


Auguste Rodin por Edward Steichen.
  …Rodín se casó porque es necesario tener una mujer, como me ha dicho. Yo le hablaba, con otro motivo, de ciertos grupos que los amigos forman entre ellos y le agregaba que, en mi opinión, todo nace del esfuerzo solitario. Me respondió: “Es cierto, no resulta bueno constituir grupos: los amigos se impiden. Es mejor estar solo. Puede tenerse una mujer porque es necesario tener una mujer…” Son esas sus palabras, poco más o menos… Calló un momento y repitió, en actitud maravillosamente grave…: es menester trabajar, nada más que trabajar. Y hay que tener paciencia. No hay que pensar en realizar esto o aquello; basta buscarse hasta construirse un medio de expresión propio, personal. Y, entonces, de inmediato, decir todo, todo. Es necesario trabajar, tener paciencia. No mirar ni a derecha ni a izquierda. Conducir toda la vida en esta esfera; no tener nada fuera de esta vida. Rodin lo ha hecho. Le he dado toda mi juventud, manifiesta. Esto es cierto. Es preciso sacrificar todo lo demás. El malestar en la casa de Tolstoi, las escenas incómodas en casa de Rodin, tienen una misma significación. Hay que elegir: lo uno o lo otro. La felicidad o el arte. Uno debe encontrar la felicidad en su arte, me repetía Rodin. Todo esto es claro, muy claro. La vida de los grandes hombres es un camino abandonado, invadido por la maleza; pues ellos se realizan exclusivamente para su arte. La otra vida queda atrofiada, como un órgano del que no se servirá más…



      

     Rodin no ha vivido más que en su obra. Es por eso que ella ha crecido a su alrededor; por eso cuando la realidad le imponía obligaciones indignas de él no se ha perdido. Su vida no se consumió en proyectos: en la tarde daba forma concreta a todas las intenciones de la jornada…Sí, todo para él ha advenido realidad. Esto es parte de su grandeza: no es necesario habitar en los ensueños, en los deseos, en las intenciones. Es imprescindible transformar todo eso en objetos. Como Rodin lo hizo. ¿Por qué ha sido certero el rumbo de su camino? De ninguna manera porque haya sido comprendido y aprobado. Sus amigos son raros y él se alberga, según su palabra, en el index. Pero su obra está allí, realidad enorme, grandiosa, insuperable. Ha conquistado así su lugar y su derecho. Se puede imaginar a un hombre dotado de la misma sensibilidad, de la misma voluntad, pero que hubiese esperado para producir, ¿Quién se inquietaría por él? Sólo sería, entonces, un viejo loco sin nada que esperar de nadie. Producir, producir es lo que importa. En cuanto una obra está lista, diez o doce otras cosas le hacen escolta; sesenta, setenta desnudos se apretujan alrededor del primero; luego salta de uno a otro impulso; puede hacerlo porque se ha conquistado un lugar en la tierra, una base sólida. Entonces ya no se corre el riesgo de malograrse, de perderse. Cuando Rodin se pasea en medio de sus cosas, pareciera que le volcasen, sin que se agoten jamás, la juventud, la certidumbre, la voluntad para nuevas tareas. No se puede extraviar. Su obra está cerca de él, como un ángel que le pretege…¡Su obra inmensa!






domingo, 19 de enero de 2014

FRIDA KAHLO. Corrido para Antonio Pujol y Ángel Bracho


 Imogen Cunningham. Frida Kahlo, 1931.





San Francisco, enero I, 1931.



A Pujol y a Bracho



Hijos de la gran mañana!
los saludo desde aquí
a la manera tehuana
pá que les llegue hasta allí

Trabajen mucho muchachos
y hagan hartos cuadrotes!!!!
pá vender a los gringachos
y les den hartos pesotes

Vacilen hasta cansarse
con las tehuanas tan chulas
si no saben abusarse
serán purititas mulas

Un saludo yo les mando
y me despido también
pá que se queden pensando
en la que los quiere bien


Su cuate
Frieda


Bracho y Pujol eran dos jóvenes artistas mexicanos, nacidos, respectivamente, en 1911 y 1914. Estudiaban en la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad Nacional cuando Diego Rivera fue director de la misma.  


Tomado de Escrituras de Frida Kahlo