viernes, 2 de agosto de 2013

TERESA WILMS MONTT. DIARIOS (selección)



"Una campana impiadosa repite la hora y me hace comprender que vivo, y me recuerda, también, que sufro".




Teresa Wilms Montt (Viña del Mar, 1893-París, 1921). Escritora chilena. 





DIARIO II


1915

En esta época, el año pasado estaba yo en Iquique. Podré decir que ha sido el tiempo en que he gozado de mayor libertad.
Fue una época simpática y desgraciada.
Vivíamos en un hotel de mala muerte, pero el mejor del puerto, rodeado de toda clase de hombres, extranjeros y chilenos, comerciantes, médicos, periodistas, literatos, poetas, etcétera. Una vie de boheme, más o menos.
La noche era para charlar, el día para dormir, la tarde para escribir.
Yo era la única del sexo femenino en aquellas reuniones y así era demasiado consentida, pues todo me lo celebraban. Yo abusaba del licor, de los cigarrillos, del éter, etc, etc. También me gustaban ideas anarquistas y hablaba con el mayor desparpajo de la religión (en contra), y participaba de las ideas de la masonería. Escribía para los diarios, daba conciertos. Mis visitas eran a los hospitales, a las imprentas, acompañada de una tropa de médicos pijes y de pijes sin oficio, que me adulaban por las nubes.


Entré de lleno a esa vida que no conocía y que me era interesantísima.
Adquirí gustos poco correctos pero agradables y para ser una mujer poco vulgar, con una aureola novelesca. Todo el mundo me quería.
Nuestras noches eran alegres y sentimentales, se declamaba y se tocaba la guitarra.
Se hablaba de Azorín, de Sócrates, de Rouge de Lisle, de Baudelaire, etc, y en esos temas, llegaba el día, y el sueño.
El poeta Silva (Víctor Domingo Silva), que era el sobresaliente en nuestras reuniones, me hacía versos delicados y pasionales, yo los recitaba después, con todo mi arte para emocionarlo.
Es cierto, mi temporada (tres años en el Norte) constituyó una gran experiencia... Allí aprendí a vivir la verdadera vida. Conocí lo que es para las mujeres de mi clase un misterio, la verdadera miseria material y moral; los corazones y las pasiones bajas, mezquinas y grandes, los vicios... Y todo lo que conoce un hombre. Mi alma salió pura de la prueba, pero asqueada y con un fondo de amargura eterna.
Mi opinión sobre las mujeres es tristísima y muchas veces me avergüenzo de ser mujer... Sin ser malas, lo aparentan, son débiles, orgullosas, profundamente estúpidas y vanas. ¡Son animales de costumbre!
Los hombres, son malos de veras, viciosos, insensibles y egoístas. Son incapaces de un sentimiento delicado, que no sea para ellos mismos; pero son superiores... Cuando los veo elegantísimos, irreprochables, diviso a través de su indumentaria al mono, a la bestia carnívora, hambrienta y lujuriosa.


Sábado, 13 Nov. (1915)

Mi padre (Guillermo Wilms Brieba) manda advertir que si salgo de este convento no cuente con nada de lo que él me da para vivir: se me dan todas las facilidades, para que yo, desesperada, cometa una incorrección y me vaya contigo, Jean!
No quiero que mi amado, que mi ídolo, me desprecie; renuncio a él! Y hago el sacrificio de quedarme en este convento para probarle que mi amor es inmenso y puro, y que yo deseo, ser amada y estimada como una mujer de bien.
Y a estos inhumanos cobardes sin entrañas los aplastaré con mi conducta. Han querido hacer de mí una pervertida y se encontraron con que puedo darles lección de nobleza. Renunciar a Jean me costará la vida; lo siento porque él está adherido a mí como mi propio corazón, pero quiero que él no sufra una desilusión de la mujer que ha querido y que ha imaginado superior!...
Creo en Dios y creo en ti, Jean. Sé que ambos comprenderán mi conducta y mi sacrificio.



Miércoles 12 (enero 1916)

Mon Jean, idole de ma vie!
Aquí están tus cartas extendidas bajo la caricia de mis ojos. Las estoy bebiendo una por una, saboreando en ellas tu cariño. El único cariño que tengo en la vida!...
Te prometo mucho amor y una abnegación a jamais!



Sábado 15 (enero 1916)

He dormido mal, muchas pesadillas y sobresaltos. Los zancudos, músicos infatigables, me hicieron su auditorio durante seis horas.
Los ingleses, franceses, rusos, austríacos, serbios, italianos, etc, etc, han librado una sangrienta batalla en el fuerte de Vichoffits, y a mí me ha tocado una bala con tan mala suerte que me tiene frita.
Tengo hambre. Con profunda pena, mis ojos miran el lánguido desayuno, natación de moscas, y no me atrevo a mandar al estómago, lo que ha sido baño de tan poco aseadas doncellas.
Las galletas parecen suelas de botas militares, menos mal me las como; pero a la mantequilla no me le atrevo; creo que no tendré la resistencia como un cañón de escopeta.
El anisette murió hace ya días, e hizo su tumba en la ambarina ánfora de Paul, y en la menos ambarina de Tejita.
El cognac marca "Tigre" saca las uñas ferozmente y deja huellas. Las reverendas religiosas tienen buen ojo (sobre todo para estas cosas) y pueden hacer comentarios poco chic.
Miro al espejo mi cara de gato flaco de pelo romano (pintado horroroso), y me da furia de verme tan fea. Los ojos ya no tienen brillo; sus dos globos azules empañados, donde se conoce el abandono en que viven. Cansados de mirar lo mismo y de llorar., guardan la apariencia de una ruina lastimosa. Mis ojos no tienen luz propia; necesitan como la Tierra de la luz del sol, los rayos de los ojos tuyos; ojos de oro animadores que les dan vida y calor.



Miércoles 26 (Enero, 1916)

¿Qué he hecho hoy? Nada, nada y nada. No he pensado en Vicente ni en mis hijas; he estado embrutecida, tendida sobre la cama, mirando el techo, con la mente vacía...
Me vengo a charlar con mi confidente creyendo despertar la imaginación pero en vano. No puedo desarrollar una idea y mi estado físico es el de un animal rendido de caminar.
Un diario me impuso de mi madre, que está muy enferma. Esta noticia no me ha inmutado, como si se tratara de una extraña. Estoy perdiendo un poco el corazón y la sensibilidad.
No tengo sueño pero me voy a la cama; antes destaparé mi última botella de cognac para dormir siquiera.
Vida imbécil de animal degenerada, infame! ¡Me está perdiendo todas mis energías, aquí toda mi alma! Vamos emborrachándonos hasta adquirir otro vicio, y después morir.




Viernes 28. Enero (1916)

Las mujeres somos vehementes, y por eso inconstantes.
El hombre es mil veces mejor organizado; ellos esperan... Cuando un ser femenino desea una cosa vive, agoniza, muere por conseguirla! Y en su cabeza no hay otro pensamiento. Cuando lo consiguen vienen casi inmediatamente el hastío y el desencanto! Nosotras somos locas insaciables de ideales, y uno tras otro, sin descanso ni tregua hasta que la vejez pone término al fuego de la imaginación y de la fantasía...



Sábado 29. Enero 1916

La mañana está preciosa. Su frescura ha calmado mis nervios, quebrados por el insomnio.
Fui al jardín cuando el sol comenzaba a bostezar para levantarse: estaba todavía el suelo brillante con las perlas del rocío que había llorado la noche. Recogí un ramito de flores olorosas y después de dar unas cuantas vueltas, acariciando los gatos que dormían tendidos por allí, me volví a mi celda para rezar y escribir. Y aquí estoy.
Recién se levantan las monjas a su tarea: las oigo afanarse en el corredor y en la cocina, ágiles, rebosantes de vida y de la santa tranquilidad que les da Dios.
Anoche no pude cerrar los ojos; estuve nerviosísima, triste, con deseos de arrancarme al corredor para respirar aire puro. Prendí la vela a las dos de la madrugada y me puse a leer medicina hasta las cuatro y cuarto, hora en que bajé al jardín a medio vestir. Como de costumbre, mis pensamientos de anoche eran para Vicho. La hora, mi soledad, el estado de mi espíritu, hacían que lo recordase intensamente con ese delirio que me toma a veces, y me deja extenuada. Su retrato que está siempre bajo mi almohada cuando me retiro a la cama, fue anoche mi confidente. Hablé con él como si pudiera oírme, le dije las más suaves ternezas, los términos más agitadores que brotaban de mi corazón

Mi pasión es fatal e indomable. Inútiles son las secretas luchas de mi espíritu por dominarla. Ella triunfa de mí y me hace sentir su mordedura con toda la fuerza que ha adquirido en mi propio corazón.

Soy una pobre mujer débil e incapaz. No quiero pensar en él y me convenzo de que el no querer mío es querer más, y me desespero de mi impotencia para vencerme.



Viernes 3 de marzo (1916)

El recuerdo de mi Jean no me deja un instante, lo llevo dentro de mi alma como el ser espiritual de ella misma. Lo amo mucho, profunda, inmensamente, pero en mí algo ha muerto... Una cuerda se ha roto, una fibra se ha trizado.

Rezo y espero en Dios, pero nada para la tierra; mucho, mucho para el más allá y...


¡Mis hijas! Mis purísimas criaturas de las cuales soy tan indignas y despiadada madre. Ellas que llevan la savia de mi ser, algo o todo de mi corazón! Las recuerdo, pero en mí hay algo más poderoso que la poderosa voz del amor materno, el amor a Jean! Imploro al cielo su bendición de ellas, y para mí la muerte si mi deshonra ha de hacerlas desgraciadas. En esta noche apacible y dulcemente triste, me parece que mis ruegos llegan más intensos y fervorosos a Dios. Llevan todo el dolor de mi miseria, y la cariñosa esperanza del perdón!



Marzo, 17. 1916.





Gustavo:
Si Ud. de acuerdo con mi familia y la suya, y sin que pueda originarles más tarde remordimientos de conciencia, estiman que mi deber es hacerme pasar por loca, teniendo mis facultades mentales mejores que nunca, no tendré inconveniente en pedir un certificado a uno de los tantos médicos de orates que llegan a este monasterio.

Aun más, y por infinito amor a mis hijas, si cree Ud. que con mi vida puede salvar su reputación, y con ella el nombre que heredarán, aquí la tiene a su disposición y con todo gusto
Thérese



Marzo 26. Domingo

No puedo estampar en mis páginas lo que siento.

Ayer me alejé de ellas por estar bajo la influencia de sedantes.

Hoy mi cabeza está bien pero mi alma ha desaparecido. En su sitio queda una piedra venenosa de reptil ávido de venganza, un gusano vil que no puede más que arrastrarse.

El amor de mis hijas que debía enaltecerme, me hace descender hasta el más inmundo precipicio.

Me voy para no volver jamás. Iré donde no pueda perseguirme el dolor y desengaño de mi Vicente. Jamás pensé, ni en el delirio inmenso de mi dolor, que nuestro amor tendría un fin así. Mi pluma tiembla en la mano de rubor, mi corazón llora con el llanto de un criminal cobarde ante el patíbulo. No sé de mi existencia más que por un profundo sentimiento de hastío. ¡Sí, me voy. Ya no espero nada! Seré un autómata, seré una miserable ruina ambulante, seré una maldición viva.




Enero 6, 1918. Ellis Island. New York.

Llegué a New York. Fui tomada prisionera en el vapor. Cuatro detectives estuvieron guardándome. No me dejaron desembarcar y me encerraron con llave en el camarote... por graves sospechas de espionaje al servicio alemán.
Estupefacta, apenas me lo puedo explicar.
El día 4, a causa de la primera letra de mi apellido, fui la última en desfilar ante la presencia de un empleado que acompañado de detectives y oficiales revisaba los pasaportes.

Al leer mi nombre el representante de la autoridad yanki me miró de la cabeza a los pies, y sin hacerme pregunta alguna, ordenó en voz alta a un subalterno que me acompañara en calidad de detenida.



Madrid (enero 1920)

¡Me muero! Al decirlo no experimento emoción alguna, por el contrario, me inclino curiosamente a contemplar el hecho como si se tratase de un desconocido.
Si tuviera la capacidad de estudiar el fenómeno, podría asegurar que es mi conciencia la que ha desaparecido debilitando mis sensaciones corporales, hasta hacerme creer que el cuerpo sólo vive por recuerdo.
No hay médico en el mundo que diagnostique mi mal; histeria, dicen unos, otros hiperestesia. Palabras, palabras, ellas abundan en la ciencia.
Al escribir estas páginas una fuerza sobrenatural me ordena que imprima en ellas un nombre. ¡No, no lo diré, me da miedo!
Cuando aparece este nombre en mi círculo nebuloso, se levantan mis manos con lentitud profética y fulguran bajo la noche con estremecimientos sagrados.
¿Me muero estando ya muerta, o será mi vida muerte eterna...?




Madrid

Extraño mal que me roe, sin herir el cuerpo va cavando subterráneos en el interior con garras imperceptibles y suaves.
¡Me muero!



París

Quiero reposar en la tierra solamente envuelta en una sábana o si es posible en un pedazo de tierra de la fosa común...
Dejo a mis hijas Elisa y Sylvia todas mis buenas intenciones, es lo único que poseo y mi único tesoro.




***




ALTA MAR


De tanta angustia que me roe, guardo un silencio que se unifica a la entraña del océano.
En la noche cuando los hombres duermen, mis ojos haciendo triptico con el farol del palo mayor, velan con el fervor de un lampadario ante la inmensidad del universo.
El austro sopla trayendo a los muertos cuyas sombras húmedas de sal acarician mi cabellera desordenada. Agonizando vivo y el mar está a mis pies y e1 firmamento coronando mis sienes.



 
Teresa Wilms Montt por Julio Romero de Torres. 


LONDRES, SEPTIEMBRE 191...

A un costado de mi cama, en la red, hay tres manchas de tinta.
La primera repartida en puntitos parece una estrella doble, la segunda se abre más abajo; en minúscula mano de ébano, la última perfectamente recortada tomó la forma de un as de piqué. Resbalo sobre ellas mis dedos, con sensibilidad de nervio visual, y siento que esas tres manchas están de relieve dentro de mi cerebro como obstáculo para el fácil rodar de las ideas. Hay tres, digo, tratando de sí atraerse; tres, digo mirando al techo: el amor, el dolor y la muerte. Sin saber por qué paréceme que he pronunciado algo grave, algo que recogió en su bolsa sin fondo la fatalidad. Aunque borre las manchas de la pared, esos tres puntos negros quedarán estampados en mi cerebro. En la efervescencia de la sangre que bulle, cuando la sorba la Absurda, harán remolino vertiginosamente las tres, en la copa pulida del cráneo. Un temblor nervioso tira hacia abajo la comisura de mis labios. Cada vez más espesa la pintura de la noche embadurna los cuadros de la ventana.

LONDRES

Tras de los cristales el alba alisa sus cabellos blancos.
Ella despierta.
Junto al espejo yo meso los mios rubios.
Yo he dormido, he soñado sollozando.
Ella eterna y yo triste y triste somos
aquellos que no hemos nacido de los dioses.


LIVERPOOL, HOTEL ADELPHI, OCTUBRE 16, 1919, TRES Y MEDIA DE LA MADRUGADA.


No he podido dormir. A la una de la madrugada cuando iba a entregarme al sueño, me di cuenta que estaba rodeada de espejos.
Encendí la lámpara y los conté son nueve. Recogida, haciéndome pequeña contra el lado de la pared, traté de desaparecer en la enorme cama.
Llueve afuera y por la chimenea caen gruesas gotas, negras de tizne. ¿Es que se deshace la noche?
No tengo miedo, hace mucho tiempo que no experimento esa sensación.
Me impone el viento que hace piruetas silbando, colgado de las ventanas.
No podria explicarlo, pero aqui, en este momento, hay alguien que no veo y que respira en mi propio pecho.
¿Que es eso? bajo, muy bajo, me digo aquello que hiela pero que no debo estampar en estas páginas.
La sombra tiene un oido con un tubo largo, que lleva mensajes a través de la eternidad y ese oido me ausculta ahi, tras del noveno espejo.



MADRID 1920

No deseo el amor, ni el oro.
Mi alcoba pequeña es cofre de soledad.
Sobre la cama extiende su flexible manto la muerte.
En el brasero rebrillan un montón de astros, gloria y sueño también los tengo a muerte.


MADRID

¡Me muero! Al decirlo no experimento emoción alguna, por el contrario, me inclino curiosarnente a contemplar el hecho como si se tratase de un desconocido.Si tuviera la capacidad de estudiar el fenómeno podría asegurar que es mi conciencia la que ha desaparecido debilitando mis sensaciones corporales , hasta hacerme creer que el cuerpo sólo vive por recuerdo.
No hay médico en el mundo que diagnostique mi mal; histeria, dicen unos, otros hiperestesia. Palabras, palabras, ellas abundan en la ciencia.
A1 escribir estas páginas una fuerza sobrenatural me ordena que imprima en ellas un nombre. ¡No, no lo diré, me da miedo!
Cuando aparece este nombre en mi círculo nebuloso, se levantan rnis manos con lentitud profética y fu lguran bajo la noche con estremecimientos sagrados. ¿Me muero estando ya muerta, o será mi vida muerte eterna...?



MARZO, 1920


Monótona cadencia lleva tu canción, ¡oh vida!, ella adormece la exaltaci6n del deseo de muerte. Silencio, hondo silencio extiende su crista1 opaco dentro del alma, bajo él yace una pasión ahogada.
¿Por qué aliento si ya no da luz en mi vida la risa, única causa de vida?
Dentro del tubo sonoro de un órgano quisiera encerrarrne y cantar en su sonido el "De profundis".
¡Oh, cómo desgranaría el cielo sus círculos de cristal rebañando la tierra de su frescura! Y sacudiría imponente el extendido abanico negro sobre el orbe el ave de los augurios. Inauditas ondas de mágicos reflejos nacerían en el mar para besar el brazo ambarino del horizonte.
Lentamente vendría la noche ...La colcha azul, cobertor de mi cama de hospedaje, es campo de luna cuando la noche de los tristes tiende sobre mi cuerpo su mortaja.
El arisco gato negro, habitante expatriado de Saturno, deja su maullido sonoro tras de mi puerta cerrada.
Largos puntos de exclamación pinta la sombra sobre los barrotes de las sillas y en sus asientos aguarda Aquél, Aquél y su sombra que nunca nos encontrará.
¿ Por qué me espera; cual es mi falta; cuál es la maldad de los que hemos nacido quintaesenciados?
Allí me aguarda el que no me encontrará . Los puntos de exclamación se han encorvado sobre su espalda, interrogan...
El reloj extiende sus brazos negros de polo a polo.
Las doce, las seis, y entre ellos sonríe el tiempo mostrando sus dientes gastados con la sonrisa esférica de los astros muertos.
El reloj es para nuestros espíritus resignados como la noria a la mula domesticada. Es nuestro punto de partida y de llegada.
Por eso los artistas adoramos la noche, porque en ella olvidamos los brazos negros que nos señalan la ruta del mundo y nos dicen: "Vives".

***

Me siento mal físicamente. Nunca he tributado a mi cuerpo el honor de tomar su vida en serio, por consiguiente no he de lamentar el que ella me abandone.
Vida, sonriendo de tu tristeza me duermo y de tus celos de madre adoptiva. En tus ojos profundos ha rebrillado inconfundible la iniciación de mi ser astral.
Sólo una vez más se filtrará mi espíritu por tus alambiques de arcilla. Vida, fuiste regia, en el rudo hueco de tu seno me abrigaste como al mar y, como a él tempestades me diste y belleza.
Nada tengo, nada dejo, nada pido. Desnuda como nací me voy, tan ignorante de lo que en el mundo había.
Sufrí y es el único bagaje que admite la barca que lleva al olvido.




Fuentes:




-Lo que no se ha dicho. Teresa Wilms Montt. Editorial Nascimento (1922). Libro completo pinchando el enlace.

-Melancolía y subjetividad femenina en el Diario íntimo de Teresa Wilms Montt por  Marcela Weintraub. Universidad de Chile.




Película completa sobre la vida de Teresa Wilms Montt


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