Victoria Ocampo y Roger Caillors |
Mensaje (Pneu) enviado desde París el 23/5/1939
Aquí está la
tarjeta y la cita para el dentista. Es un dentista de primer orden y que sabe
trabajar sin causar dolor (o causándolo lo menos posible).
Estoy
horrorizada porque, después de una semana de ausencia y quizás la víspera de
partir, me asombra que usted me cite en un café (o en mi casa) para vernos un
momento en compañía de un señor muy talentoso, no lo dudo, pero que me importa
un bledo. Si esto le parece natural, es porque simplemente usted no tiene
necesidad de verme. Entonces dígalo… (usted lo dice bien por la acción). No
juguemos con las palabras. No lo merezco. Es algo que jamás hago con nadie. Yo
misma me negué a quedarme algunas horas más en Florencia con un amigo que
admiro y quiero para escuchar con él una música que me interesa. Me negué
porque estaba inquieta por su viaje a B.A. y porque tenía deseos de volverlo a
ver.
Aprenderé,
aprenderé… aunque es algo que no me llega naturalmente. Aprenderé a no
asombrarme de nada.
En cuanto a lo
que hoy sucede, antes de este desastroso atardecer, lo que más me ha
decepcionado es que no me haya respondido a una pregunta (1), a la cual yo
habría respondido sin vacilar. No concibo que no haya una confianza absoluta
entre dos personas que significan algo la una para la otra. Si no concebir esto
se llama egoísmo, soy una egoísta.
Imposible
descender más abajo en lo negro… estoy en una mina de carbón. Estaba tan
contenta de volver. No. Mil veces no. No son invenciones las que me afligen, es
la realidad. Y usted no sabe hasta qué punto. Pero saldré de esto.
Adiós, Roger.
Perdóneme por haber pensado demasiado en usted.
Dígale a su
madre que no partiré en el mismo barco que usted. Y que es probable que lo haga
mucho más tarde. En julio.
(1) Aquella
concerniente a su amiga.
Escrito transversalmente, sobre la primera página: Reduzco
mi escritura para no alarmar a su madre. Teniendo en cuenta este peligro, ya no
le escribiré más. Y me iré de París como por otra parte tenía la intención de hacerlo.
Sello postal del 25/5/1939
Jueves por la mañana
Roger,
¿Para qué
escribirle sobre otra cosa que no sea la plaza de la Señoría o el palacio
Pitti? ¿Ha respondido a mi carta, aunque sea verbalmente? No. Entonces, ¿para
qué?
Roger Caillois (1913-1978). Escritor francés. |
Ayer por la
tarde me dijo cosas tan injustas. Es tan injusto conmigo. Si estuviera bien de
salud, si no tuviera el semblante que tiene (la fatiga sobre su rostro),
tendría deseos de retorcerle el cuello y de huir no sé adónde, para no causar
una desgracia (por ejemplo, cortarlo en pequeños trozos). Entre la fatiga de su
cuerpo y la dureza de su corazón, estoy perdida. Es esto lo que me hizo llorar
ayer por la tarde. Es esto lo que me hace débil. Cuando usted se haya curado,
yo estaré enferma.
V.
¿28?/5/1939
Domingo, 7.30 h.
He esperado
todo el día el momento de verlo esta noche. No pude hacer nada más que eso.
Quería hablarle de tantas cosas.
Al volver a
casa de los Maritain, donde me había refugiado, encontré sus líneas. Hace mucho
tiempo que debería haberlo obligado a ver otro médico y a hacer exactamente
aquello que le habría ordenado a hacer. Aun cuando usted me hubiera detestado.
Es absurdo,
Roger, que usted se cuide tan poco. Es estúpido: eso le impedirá trabajar (y
eso a usted le atrae más que todo el resto, ¿no?).
No, no quiero
estar resentida con usted; le pido perdón por soportar tan mal el deseo que
tengo de verlo, eso es todo. Pues lo soporto muy mal. Por ejemplo, ahora
quisiera poner una distancia material entre nosotros. Quisiera irme de aquí.
Esta pequeña distancia me exaspera, me desespera. Estoy segura de que usted
dormirá aquí.
Mañana atenderé
su teléfono para organizarle una jornada.
Un abrazo. Yo
tampoco dormiré.
V.
Escrito transversalmente: Le mando mi carta de ayer.
Victoria Ocampo (Buenos Aires, 1890-1979). Escritora, intelectual, ensayista, traductora y editora argentina. |
Tomado del libro de Alberto Manguel, Breve tratado de la
pasión. Lumen.
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