martes, 21 de mayo de 2013

OSCAR WILDE A LORD ALFRED DOUGLAS


 
Oscar Wilde y Alfred Douglas





Mi querido niño,
     Tu soneto es un encanto y es una maravilla que esos labios de rosa que tienes estén hechos para la música de la poesía no menos que para la locura de los besos. Tu sutil alma dorada camina entre la pasión y la poesía. Sé que Jacinto, a quien Apolo amó tan locamente, eras tú en tiempos de los griegos. ¿Por qué estás solo en Londres, y cuándo vas para Salisbury? Ve y refresca tus manos en la penumbra gris del gótico, y ven aquí cuando quieras. Es un lugar encantador, sólo le faltas tú, pero primero ve a Salisbury. Siempre con inmortal amor,
Tuyo,      
                                           OSCAR



[Traducción de Vicenc Tuset]

miércoles, 15 de mayo de 2013

FRIDA KAHLO. Carta a Diego Rivera, 1935



[53]



 
Manuel Alvarez Bravo (1902 - 2002). Fotógrafo mexicano. 


23 de julio de 1935

[…] cierta carta que vi de casualidad en cierto saco de cierto señor, y que procedía de cierta damisela de la lejana y pinche Alemania, y que me imagino que debe ser la dama que Willi Valentiner tuvo a bien mandar aquí a vacilar con intenciones «científicas», «artísticas» y «arqueológicas» me dio mucho coraje y a decir verdad celos […]
     Por qué seré tan mula y rejega de no entender que las cartas, los líos con enaguas, las profesoras de …inglés, las modelos gitanas, las ayudantes de «buena voluntad», las discípulas interesadas en el «arte de pintar», y las «enviadas plenipotenciarias de lejanos lugares», significan  únicamente vaciladas, y que en el fondo tú y yo nos queremos harto, y así pasemos aventuras sinnúmero, cuarteaduras de puertas, mentadas de madre y reclamaciones internacionales, siempre nos querremos. Creo que lo que pasa es que soy un poco bruta y un tanto cuanto zorrilla, pues todas estas cosas han pasado y se han repetido durante siete años que vivimos juntos y todas las rabias que he hecho no me han llevado sino a comprender mejor que te quiero más que a mi propia piel, y que aunque tú no me quieres de igual manera, de todos modos algo me quieres, ¿no? O si no es cierto, siempre me quedará la esperanza de que sea así, y con eso me conformo…
Quiéreme tantito. Te adoro
Frida



Carta tomada del libro ESCRITURAS de FRIDA KAHLO por Raquel Tibol. Editorial Plaza y Janés, 2004


Frida Kahlo
(1907 – 1954). Pintora mexicana.

sábado, 11 de mayo de 2013

RILKE A LOU ANDREAS-SALOME



Rilke y Lou Andreas Salome en Rusia

París, 17 rué Campagne-Premiére

8 de junio de 1914

Querida Lou, heme aquí al término de un largo, ancho y duro período, con el que caduca cierto futuro que no había sido fuerte y religiosamente alimentado, sino torturado hasta el aniquilamiento (algo en lo que, poco más o menos, soy inimitable).
Si a veces, durante estos últimos años, había podido disculparme so pretexto de que algunos intentos por asentarme más humana y naturalmente en la vida fracasaron porque las personas concernidas no me habían comprendido, y me hacían sufrir ininterrumpidamente violencias, injusticias y prejuicios, precipitándome así en tan gran desasosiego, resulta ahora que después de meses de sufrimiento me encuentro orientado de muy diferente manera: teniendo que reconocer que, esta vez, nadie puede ayudarme. Y aunque alguien viniera con su alma más inocente, más inmediata, y encontrara su referencia en los mismos astros, aunque me soportara a pesar de mi torpeza y rigidez y conservara su pura e infalible disposición para conmigo; aun cuando el rayo de su amor viniera a estrellarse diez veces en la turbia y densa superficie de mi universo submarino, todavía sería yo capaz (lo sé ahora) de empobrecerlo en el seno de la abundancia de su ayuda renovada sin cesar, de encerrarlo en el irrespirable dominio de una ausencia total de ternura, hasta el punto en que, vuelto inaplicable su auxilio, pasara él mismo de la plenitud a la marchitez, hasta dar en una siniestra decadencia.
Querida Lou, desde hace un mes estoy solo otra vez, y es éste mi primer intento de volver a tomar consciencia —ya ves, así están las cosas. En resumidas cuentas, he experimentado muchas cosas durante estos acontecimientos; por el momento sigo constatando esto: que una vez más apenas si estaba a la altura de una tarea pura y alegre, en la que la vida, como si nunca hubiera tenido conmigo malas experiencias, volvía a venir hacia mí, misericordiosa. Desde ahora está claro que también ahí he vuelto a fracasar y que, lejos de avanzar, repetiré un año más este curso de dolor; y que cada día encontraré inscritas en la negra pizarra las mismas palabras, cuya triste flexión creí haber aprendido hasta el agotamiento.
Lo que tan radicalmente iba a cambiar mi angustia comenzó con muchas, muchas cartas, hermosas y ligeras como brotadas del corazón: que yo sepa nunca he escrito otras parecidas.
(Era la época, te acuerdas, de la omisión de la «s»). En dichas cartas (cada vez lo comprendía mejor) ascendía una petulancia irresistible, como si me encontrara ante un nuevo y pleno brote de mi más peculiar esencia, que, liberada desde entonces en una comunicación inagotable, se esparcía por la vertiente más alegre al tiempo que yo, escribiendo día tras día, sentía su feliz corriente y el incomprensible reposo que le parecía preparado del modo más natural en un alma capaz de recogerlo.
Mantener pura y transparente esta comunicación y, al mismo tiempo, ni sentir ni pensar nada que se encontrara excluido por ella: eso fue lo que de una sola vez, sin que yo supiera cómo, llegó a ser la medida y la ley de mi actuar, y si jamás hombre alguno interiormente agitado pudo sosegarse, yo mismo lo fui con esas cartas. Esta ocupación diaria y mi relación con ella se me hicieron sagradas de una manera indescriptible, y desde entonces se apoderó de mí una confianza enorme, como si hubiera al fin encontrado una salida a ese penoso estancarme en circunstancias continuamente nefastas. Hasta qué punto estaba entonces comprometido en cambiar, podía notarlo igualmente en el hecho de que incluso las cosas pasadas, cuando se me ocurría contar algo de ellas, me sorprendían por el modo en que reaparecían; si, por ejemplo, se trataba de épocas de las que a menudo había hablado anteriormente, hacía hincapié en aspectos inadvertidos o apenas conscientes, y cada cual adquiría, por decirlo con la inocencia de un paisaje, una visibilidad pura, una presencia, y me enriquecía, formaba parte de mí mismo, tanto y de tal modo que por primera vez me parecía ser dueño de mi vida, no por una adquisición, por una explotación, por una comprensión interpretativa de cosas caducas, sino por esta misma nueva veracidad que se esparcía también a través de mis recuerdos.

9 de junio de 1914, martes
Te envío, querida Lou, la hoja de ayer: comprenderás que lo que en ella describo ya no tiene vigencia y se ha perdido para mí; tres meses de realidad (frustrada) han dejado sobre todo ello como una dura y fría lámina de cristal, bajo la cual esa experiencia ya no me pertenece, como si estuviera colocada en la vitrina de un museo. El cristal refleja y en él sólo percibo mi viejo rostro, anterior, el que tú tan bien conoces.
¿Y ahora? Después de un inútil intento de vivir en Italia, he vuelto aquí (hace ya quince días), deseoso de arrojarme a ciegas en cualquier ocupación; pero aún tan embotado y paralizado que apenas si puedo hacer otra cosa que dormir. Si tuviera un amigo le rogaría que viniera a trabajar conmigo cada día, en lo que fuera. Y cuando en el intervalo, de taciturno humor, pienso en el porvenir, imagino en primer lugar un tipo de trabajo que estuviera sometido a las condiciones exteriores, y alejado tanto como fuera posible de toda productividad personal.
Pues desde ahora ya no dudo ni por un instante de que estoy enfermo, de una enfermedad que me ha gravemente corroído y cuyo foco se encuentra en lo que hasta entonces llamaba mi trabajo, de tal modo que por el momento no hay ningún refugio por ese lado.

Tu viejo
Rainer


Rainer Maria Rilke
(1875 – 1926). Poeta austriaco, nacido en el Imperio Austrohúngaro

miércoles, 8 de mayo de 2013

VINCENT VAN GOGH. Carta a Theo, 13 de julio de 1888





MI QUERIDO THEO,



COLINA CON LAS RUINAS DE MONTMAJOUR
Vista de la torre del siglo XIV de la abadía benedictina
en ruinas.
…En mi opinión las dos vistas desde La Crau y la zona a las orillas del Ródano son las mejores cosas que he hecho con tinta y pluma…
    La fascinación que estas grandes llanuras ejercen sobre mí es muy fuerte, de tal forma que no siento fatiga a pesar de las circunstancias realmente fatigosas, el mistral y los mosquitos.
    Si una vista te hace olvidar estas pequeñas molestias debe haber algo en ella. Verás, sin embargo, que no hay conato de efecto. A primera vista es como un mapa, un plan estratégico en cuanto a la ejecución se refiere.
Además, fui hasta allí con un pintor, y dijo: «Hay algo que debe ser aburrido pintar». A pesar de ello fui cincuenta veces a Montmajour para mirar ese paisaje plano; ¿estaba yo equivocado? Fui a pasear allí con otra persona que no es pintor [probablemente Milliet] y cuando le dije «Mira, para mí esto es tan bonito y tan infinito como el mar», me dijo—y él conoce el mar—«A mí me gusta esto más que el mar, porque no es menos infinito y sin embargo sientes que esta inhabitado».
    ¡Qué cuadro haría si no hubiera este condenado viento! Eso es lo enloquecedor aquí, no importa donde coloques tu caballete. Esto es con mucho la razón por la que los estudios pintados no están acabados como los dibujos; el lienzo se está moviendo todo el tiempo…

Siempre tuyo, Vincent



Vincent Van Gogh. Autorretrato con sombrero de paja, 1887-88.





THEO VAN GOGH  1857-1891


Theo Gogh 1889
Hermano de Vincent. Como él, empezó trabajando como tratante de arte para Goupil. Fue trasladado a la galería que la compañía tenía en París en 1878 y seis años más tarde fue ascendido a director de su sucursal, en el número 19 del bulevar Montmartre.

En aquel momento ya había empezado a ayudar económicamente a su hermano y le enviaba regularmente sumas que le permitieran pintar.




Tomado del libro “Cartas ilustradas. Vincent Van Gogh. Cartas desde Provenza”. Selección y presentación de Martin Bailey.
Título original: Letters from Provence. Publicado en ingles por Collins &Brown Limited, Londres.
Traducción de Pilar Vásquez.

SYLVIA PLATH. DIARIOS (22 de enero)




 

Sylvia Plath (1932-1963). Poeta y escritora estadounidense.



22 de enero, miércoles. Absolutamente cegada por la cólera hasta enfermar. Un verde borbotón de rencor por mis venas. Acudo a una reunión del claustro, corriendo a través de una gris llovizna, más allá del edificio de las Antiguas Alumnas, sin sitio donde aparcar, girando de nuevo por detrás del college, dando botes, saltos, entre surcos de barro helado. Sola entre desconocidos. Mes a mes la frialdad aumenta. Sin ojos que salgan al encuentro de los míos. Me apodero de una taza de café en una habitación abarrotada y entre rostros más desconocidos que en septiembre. Sola. Quemada por la soledad. Sintiéndome como una alumna pretenciosa y desobediente. Marlies con un jersey blanco y una blusa estampada en rojo oscuro. Dulce, hábil: sencillamente no puede venir. Wendell y yo estamos escribiendo un libro de texto. ¿No lo habías oído? Ojos, oscuros, alzados hacia la afectada sonrisa de Wendell. Una habitación llena de humo y sillas negras con el asiento pintado de color naranja. Me coloqué junto a una mujer vagamente familiar en primera fila, sin nadie entre el presidente y yo. Mirando con fijeza árboles de hojas doradas, columnas de color naranja, un friso en bronce que representaba ciervos, ciervos y un arquero con el arco tenso. Intolerable, ininteligible disputa sobre notas con los signos + y -, calificación de graduados. Sobre la tela de fondo, un griego con pies de plata blanca tocaba la flauta para una doncella, que tímidamente sacaba una pierna blanca de su túnica griega. Doncellas rosadas y naranja y doradas. Y, a  mi espalda, un relato, un desastroso capítulo de novela sentimental de treinta páginas de longitud y completamente sin valor: a eso consagro mis horas, ésa es mi defensa, mi título de gloria contra estas gentes que saben de algún modo milagroso cómo estar juntos, al corriente, al unísono. ¿No estás enterada? El Sr. Hill ha tenido gemelos. Así la vida sigue girando fuera de mis redes. Divisé a Alison, corrí hacia ella al terminar la reunión: se volvió, oscura, una desconocida. «Alison», Wendell la adelantó, «¿vuelves en automóvil» ella sabía. Él sabía. Me siento sorda y muda. Camino a ciegas sobre la nieve medio derretida.

 
Sylvia en su casa

Hacia la nieve y la llovizna gris. Todos los rostros de mis resplandecientes días de alumna vueltos en la dirección opuesta. ¿He de dar cenas que no deseo? ¿invitarles a que nos inviten? Ted sentado frente a mí: hacer míos sus problemas. Callar en público.Esas malditas heridas personales. Salvación en el trabajo. ¿Y si mi trabajo es un desastre? Quiero poner en letra impresa cualquier vieja tontería. Palabras, palabras, detener la inundación tapando el agujerito de la presa. Éste es mi lugar secreto. ¿No he estado al margen toda mi vida? ¿Enfrentada a enemigos llenos de buenas intenciones? Desesperada, resuelta: ¿por qué los grupos me parecen imposibles? ¿Acaso los quiero? ¿Quizá porque no me puedo poner a su altura, incapaz de hablar, escasa de cerebro, engaño mis sueños transformándolos en novelas y poemas grandiosos para asombrar? He de saltar al abismo entre relumbrón adolescente y resplandor de madurez. Constancia. Paso a paso. Tengo a mi hombre. He de ayudarle.
26 de enero, domingo por la noche. Un día en blanco dedicado a cocinar y a ráfagas de somnolencia. Mi madre lanzada a un fervor de renovada comunicación: de repente me asombra descubrir cuánta vida está encerrada y comprimida en la lengua de aquellos a los que tratamos con condescendencia y de los que creemos saberlo todo. «¿Cómo fue que M enloqueció?» preguntamos. El comedor sin ventanas estaba a oscuras, protegiendo sus sombras, y las dos velas rojas desiguales, alta una, corta la otra, clavadas en botellas verdes, recubiertas de cera, daban una luz amarilla de oropel, como suelen hacerlo las velas, luchando contra la luz diurna, débil y gris. M se convirtió en fanática religiosa y una mañana, poco antes de Pearl Harbour, empezó a profetizar: era Jesucristo, era Gandhi, no permitiría que su marido la tocara. Mi madre la escuchó, tumbada boca arriba, los ojos cerrados, sin comer ni beber, mientras hablaba y hablaba sin parar por espacio de diez horas. Dos años en un hospital psiquiátrico; [su marido]:«Deja de cazar mariposas, vuelve a casa y acepta tus verdaderas responsabilidades» recaídas, retrocesos. Él y su «matrimonio perfecto»; ella no le contradijo nunca ni se opuso a sus deseos. Ella, su propia heroína, viviendo santidades, martirios, nuevas sagas. Malcasada con un hombre veintiún años mayor que ella.
[Pasaje omitido].
     Ah, las vacaciones de primavera. A veces, sintiéndome segura, me pregunto por qué no nos quedamos aquí, Ted dando clases (ja) en Amherst, o en Holyoke (ambas instituciones han manifestado interés) y yo aquí. Entre los dos, unos ingresos anuales de ocho mil dólares. Pero incluso mientras despierto de ese agradable sueño, veo mi propia muerte y la suya y la nuestra sonriéndonos con una sonrisa de azúcar blanca: Él Sonriente. Cómo una personalidad remota debe soñar, vana y majestuosamente, con llegar a ser un gran catedrático espectacular, tipo Dunn o Drew, querido de sus alumnos, sabio, con arrugas y cabellos blancos, una sabiduría con muchas arrugas.
     Respiro entre toses secas y narices tapadas. Aprovechando la ola de júbilo y omnipotencia provocada por el café matutino, debo empezar mi novela este verano y sudarla como un año escolar: el primer borrador terminado para Navidades. Y poemas. No hay razón para que, en Estados Unidos, no supere por lo menos a la superficial Isabella Gardner o incluso a Elizabeth Bishop, lesbiana y extravagante. Si sudo la gota gorda este verano…

     Quiero uno [un bebé]. Después de éste, que ha de ser el año del libro, después del próximo, el de Europa, ¿el año del bebé? ¿Nos bastan cuatro años de matrimonio sin hijos? Sí, creo que tendré agallas para entonces. Los Merwin no quieren hijos, para estar libres [pasaje omitido]… Escribiré como una loca durante dos años, y seguiré escribiendo cuando Gerald o Warren Segundo, o los dos, nazcan. ¿Cómo llamar a la niña? Oh, soñadora.
Hice un gesto con la mano, golpeé una y otra vez sobre el frío cristal de la ventana y saludé a Ted que aparecía abajo, con abrigo negro y pelo negro, caderas y hombros de ciervo, en la nieve crujiente recién caída. Febril, como quiero a ese hombre.
     Jack and Jill no me ha aceptado lo que les envié. Cómo intuyo con gran anticipación. No hay motivo, pero todos con la devolución ha llegado una extraña carta de ART-news pidiéndome un poema sobre arte y mencionando unos «honorarios» entre 50 y 75 dólares. ¿Un premio de consolación? Me sumergiré en Gauguin: el hechicero con el gorro rojo, la muchacha desnuda tumbada con el extraño zorro, Jacob peleando con su ángel en un ruedo rojo circundado por las almidonadas cofias de alas blancas características de las campesinas bretonas, ¿acabará por fin esta semana, dejándome en mi único día de descanso, en mi domingo? ¿Conseguiré preparar mis clases sobre Joyce, tarea todavía pendiente? Me esfuerzo hasta quebrarme casi, pero me he probado y me he esforzado y termino diciendo: llegará el fin. Un año para escribir, para leerlo todo Todo. ¿Llegará y lo haremos? Respóndeme, cuaderno. Hoy: Matisse, explosión de tela rosada  de sombras vibrantes de un rosa más intenso, peltre de pálido color melocotón y limones de amarillo ahumado, mandarinas de violento naranja y limas verdes, con sombras negras; y los interiores: floraciones orientales, paredes de pálidos lavandas u amarillos con una ventana al azul de la Riviera; el estuche de violín de color azul brillante con doble forma de pera; rayas de la luz de sol que llega desde fuera, pálidos dedos; el muchacho al piano con decoración de volutas y la forma de metrónomo verde del mundo exterior. Color: una palmera que explota al otro lado de una ventana en chorros amarillos, verdes y negros, enmarcada por suntuosas cortinas negras con adornos rojos. Un mundo azul de redondos árboles azules, alfileres de sombrero y una lámpara. Basta. Me sentaré y contemplaré a Gauguin en la biblioteca, limitando mi campo de visión y tratando de descansar: luego lo escribiré. No hay que contar con gallinas de huevos de oro antes de que la cáscara se solidifique.
     Pecado secreto: envidio, codicio, deseo…, deambulo perdida, zapatos rojos de tacón, guantes rojos, abrigo negro flotante, capturando mi imagen en escaparates, ventanillas de automóviles; una desconocida, una desconocida de rostro más afilado de lo que creía. Tengo la sensación de que este año me parecerá un sueño cuando concluya. Siento ya una gran nostalgia por mi identidad perdida de profesora de Smith, quizá porque ahora este trabajo es seguro, de proporciones controlables, y la «amenaza de una nueva vida» en perspectiva, en una (para mí) ciudad nueva y en la única profesión en la que no se puede engañar o «salir adelante» poniendo parches, me espera ante páginas en blanco: habla. ¿Qué pasará entonces? ¿Y ahora?  Cuánto más fácil, cuánto más sonrientemente mortal, ganarse la vida arañando un poco los frondosos árboles de Joyce, de James. Mañana también de las odaliscas de Matisse, telas estampadas, panderetas vibrantes de flores azules, piel desnuda, pechos redondos, pezones- escarapelas de encaje rojo y los sonidos y complicados remolinos de las grandes hojas de palma…

 
Sylvia Plath y su esposo Ted Hughes
   
     … El nuevo sentimiento de poder y madurez que se afianza en mí por estar sacando adelante este trabajo mío, además de cocinar y llevar la casa, me coloca muy lejos de la idiota nerviosa, insegura y desdichada que era yo en septiembre último. Cuatro meses han bastado para ese cambio. Yo trabajo y Ted trabaja. Dominamos nuestras ocupaciones y somos buenos profesores, tenemos la sensación de serlo, con dotes naturales para este oficio; ése es el peligro. Me libraré del sentimiento de exclusión deliberada, de la mirada perdida de Joan y de la insolencia calculada y de la acritud condescendiente de Sally: me desagrada todo eso, aunque tampoco ellas me gusten lo suficiente como para esforzarme por recuperar el aprecio perdido. ¿Cuándo se produjo el cambio? ¿Con el estallido de mis lágrimas delante de Marlies? Humillaciones tragadas como fruta podrida. Crezco al pasar por ellas y llego más allá. Mi trabajo debe absorberme durante los cuatro próximos meses: obras de teatro y poemas, lectura para [Newton] Arvin, trabajar en un poema para ARTnews. Vestida de negro, camino sola, ¿y qué?: caricaturizaré en mis relatos a la Joan de uñas verdes y a la Sally pálida y pecosa. He de hacer una nueva vida mía con palabras, colores y sentimientos. El apartamento bostoniano de los Merwin abre sus ventanas de amplias perspectivas como la cubierta de un barco.





Entradas del mes de enero de 1958. Tomado de “Sylvia Plath. Diarios”.
Alianza Tres.