domingo, 2 de junio de 2013

RAINER MARIA RILKE, CARTAS A UN JOVEN POETA (III)









Viareggio, cerca de Pisa (Italia), 
23 de abril de 1903

      Usted me ha dado gran alegría con su carta para las Pascuas. Esa carta me dijo muchas cosas buenas acerca de usted. La manera en que se refirió al grande y querido arte de Jacobsen, me demostró que no me he equivocado al orientar su vida y sus múltiples interrogantes hacia ese inagotable hontanar.

     Ahora se abrirá ante usted Niels Lyhne, libro de esplendores y profundidades; cuanto más lee uno, más parece que esa obra todo lo contiene: desde los delicadísimos perfumes de la vida hasta el sabor pleno y generoso de los frutos más maduros. Nada hay allí que no haya sido comprendido, captado, experimentado y luego reconocido en la vibrante resonancia del recuerdo; a ningún episodio se lo consideró carente de importancia. El mínimo suceso se desarrolla como un destino, y el destino mismo es como una trama amplia, maravillosa, en la que cada hilo, guiado por una mano infinitamente tierna, es ubicado junto a los otros, sostenido y entretejido con centenares de hilos más. Usted experimentará la inmensa felicidad de leer este libro por primera vez e irá de asombro en asombro, como si fuera un sueño. Y aun puedo anticiparle que, en cada ocasión que uno recorre estos libros, siempre se siente como un maravillado peregrino. Nunca pierden ese prodigioso poder y ese fascinante encanto que suscita en los lectores durante el primer encuentro.

     En cada oportunidad se goza más de esta lectura y se está más agradecido; en cierto modo, uno se vuelve mejor y más sencillo en el mirar, más profundo en su fe en la vida y, en cuanto a la vida misma, más dichoso y grande.

María Grubbe
 Y después debe leer usted el admirable libro del destino y las pasiones de María Grubbe, las cartas y fragmentos del diario de Jacobsen y, por último, sus versos que, aunque mediocremente traducidos, perviven en resonancias infinitas. Por lo tanto, le aconsejaría que en cuanto le fuera posible, compre la hermosa edición de las obras completas de Jacobsen, que contiene todo esto. Apareció en tres volúmenes, bien traducida, en la editorial de Eugenio Diederichs, de Leipzig, y cuesta –creo—sólo cinco o seis marcos el tomo. En cuanto a su opinión sobre “Aquí debería haber rosas…” (obra de sensibilidad y forma incomparables) usted tiene plena razón, indiscutible, al manifestarse en contra de quien escribió el prefacio. Y aquí mismo le formulo un ruego: lea la menor cantidad posible obras de crítica estética; o son producto de anquilosados espíritus escolares, privados de sentido por su desvitalización o bien son hábiles juegos de palabras en los que hoy prevalece un punto de vista y mañana el opuesto.


    
Jens Peter Jacobsen
Las obras de arte son de una infinita soledad y nada está más distante de ellas que la crítica. Sólo el amor puede comprenderlas y apreciarlas y ser justo con ellas. Dese usted siempre razón a sí mismo y désela a sus sentimientos, frente a cada discusión, nota crítica o prólogo de índole similar a este, y aunque usted no tuviera razón, el crecimiento natural de su vida interior lo conducirá lentamente y con el tiempo, a otras certezas. Deje que para tales juicios se opere un desarrollo propio—callado y sin coacción—que, como todo progreso, tiene que devenir desde lo íntimo de su ser sin que sufra presiones ni apresuramiento. Todo consiste en llegar hasta el justo término y después, dar a luz. Dejar que se complete cada impresión y madure cada germen de un sentimiento, en lo oscuro, en lo inexpresable, en lo inconsciente e inasequible para el propio entendimiento. Aguarde con profunda humildad y paciencia la hora en que ha de nacer una nueva claridad. Vivir como artistas es sólo eso, tanto cuando se trata de lo intelectual como de lo creativo.

     No puede medirse con parámetros de tiempo: un año no cuenta y diez años, nada son. Ser artista es no calcular ni contar. Crecer como lo hace el árbol, que no apresura su savia y que resiste, confiado, las tormentas de primavera, sin angustiarse por la posibilidad de no llegar al próximo verano. Y el verano llega, pero sólo para quienes tienen paciencia y viven despreocupados y tranquilos, como si ante ellos se extendiese la eternidad. Lo aprendo cotidianamente; lo aprendo en medio de sufrimientos a los cuales agradezco: la paciencia lo es todo.


Richard Dehmel
     Ricardo Dehmel: Me ocurre con sus libros (y, dicho sea de paso, también con las personas a quienes apenas conozco) que, cuando doy con una de sus hermosas páginas, temo que la siguiente lo destruya todo y transforme lo que es digno de estima en indigno. Usted lo ha caracterizado bastante bien con la frase:”Vivir y crear en celo”. En verdad, el sentimiento artístico está tan increíblemente próximo a lo sexual, a su dolor y placer, que ambos fenómenos  no son, por cierto, sino formas diferentes de una misma ansiedad y ventura. Y si en reemplazo de celo se pudiera decir sexo – en el sentido elevado, amplio, puro de la palabra, exento de las suspicacias de iglesia—el arte de Dehmel sería muy grande e infinitamente importante. Su fuerza poética es enorme y vehemente como un instinto; contiene ritmos propios, audaces y surge de él como desde montañas.

     Pero al parecer, esta fuerza no siempre es del todo sincera sino que conlleva cierta afectación. (En verdad, una de las pruebas más difíciles para el creador consiste en que debe permanecer en la ignorancia de sus mejores virtudes, si no quiere quitarles su inocencia y virginidad). Y entonces, cuando la tumultuosa naturaleza de Dehmel llega a lo sexual, no encuentra un hombre tan puro como sería necesario. Allí no hay un mundo sexual totalmente maduro y genuino, sino uno que no es suficientemente humano sino sólo masculino; que es celo, ebriedad e inquietud, cargado de ancestrales prejuicios y vanidades con los que el hombre ha desvirtuado el amor. El tan sólo ama como hombre, no como ser humano;  de ahí que su percepción de lo sexual sea algo estrecha, aparentemente salvaje, hostil, transitoria; una “no eternidad” que menoscaba su arte y lo vuelve equívoco y dudoso. Su arte no es inmaculado; lleva la impronta del instante y la pasión y poco de él subsistirá. (¡Pero casi todo el arte es así!)

     No obstante, uno puede sentirse gozoso por aquella grandiosidad que tiene; mas es preciso no extraviarse en él, no convertirse en un adepto del mundo dehmeliano tan pletórico de miedo, de adulterio y confusión, tan alejado de los destinos verdaderos que hacen padecer más aún que las perturbaciones efímeras, aunque dan más ocasiones de ser grande y de conquistar la eternidad.

     Por último, en lo que atañe a mis libros, con mucho placer le enviaría todos los que, por algún motivo, pudiesen gustarle. Pero soy muy pobre, y mis libros, una vez que se publican, dejan de pertenecerme. Ni siquiera puedo comprarlos—como desearía hacerlo, con frecuencia—para dárselos a quienes mostrasen afecto por ellos.

     De ahí que he copiado en un papel lo títulos (y editoriales) de mis obras recientemente aparecidas (las más nuevas; en total, he publicado más o menos doce o trece) y debo dejar que usted, querido señor, encargue algunas, cuando le sea oportuno.

     Me complace saber que mis libros estarán con usted.

     Suyo,

    Rainer María Rilke


De: CARTAS A UN JOVEN POETA

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