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Ronda, (28) Hotel Reina
Victoria, España
17 de diciembre 1912
Languidezco aguardando una carta suya,
querida amiga. Sin duda, la carta anda buscándome sólo Dios sabe por qué
veredas—y me desdigo de la última que le escribí. Lo que en ella era real y
válido era sólo un plato recalentado de lo que había proyectado contarle desde
Córdoba. En ella no se expresaba nada que no fuera mi decepción de Sevilla, mi
perpetua y múltiple decepción de mí mismo. Cayó sobre mí una serie de días
absolutamente desconcertantes, envueltos en dolores corporales y con el alma
escasamente dispuesta a soportarlos. Si por casualidad hubiera habido algún
«refugio», algún «hogar», me habría cobijado en él, porque todo viaje y, sobre
todo, un viaje por España, exige la compensación de un cierto equilibrio, la
certeza de poder contar con uno mismo; pero para mí, a cada paso que doy, el
mundo se me derrumba en la sangre e inmediatamente surge otro fuera,
absolutamente extraño, que me rodea. El sentimiento de extrañeza, de exilio es
desmesurado. Me propongo, princesa, hallar el origen de este malestar, remontar
su río hasta llegar a la fuente. Cuando encuentro un cierto remanso, al punto
asciende la tribulación, me invade, y me arrebata todo consuelo. Sé muy bien
que un médico me podría intervenir y ayudarme—yo soy incapaz de hacerlo—, pero,
eso sí, habría de ser el médico apropiado. En mí, todo forma parte de un todo,
de tal forma que me es imposible sufrir en una parte de mi persona y seguir
creando en otra. El dolor me arrebata el mundo y no me siento atraído por el
sufrimiento. Por lo mismo, soy inepto para la santidad, como tampoco tengo la
menor oportunidad de exhalar su buen olor (usted misma lo comprobó y lo expresó
con singular exactitud).
Habrá observado ya que desde que
estuve en Córdoba me ha asaltado un furor anticristiano: leo con el Corán y en
muchos pasajes escucho una voz en la que penetro con todas mis fuerzas como el
viento en los tubos de órgano. Aquí creería uno encontrarse en un país
cristiano; sin embargo, el cristianismo pasó de largo ya hace mucho tiempo;
este país, sin duda, fue cristiano, hasta el punto que, a cien pasos de las
puertas de la ciudad, se podía ya asesinar a alguien; con este trasfondo se
multiplicaron las abundantes cruces de piedra que, sin más pretensión, llevan
una simple leyenda: aquí murió fulano de tal –tal era la versión que del cristianismo
se hacía en estos lugares. Desde entonces reina una indiferencia ilimitada,
sólo hay iglesias vacías, olvidadas, capillas que bostezan de hambre—realmente,
no hay por qué demorarse mucho tiempo en esa mesa desmantelada y tomar por
alimento los recipientes de agua para las manos que todavía quedan. Sorbido el
jugo de la fruta, sólo restan hablando groseramente, escupir su cáscara. ¡Y
pensar que los protestantes y los cristianos de América intentan verter de
nuevo agua caliente en esta esencia de té que sirvió de infusión hace dos mil
años! En cualquier caso, Mahoma es el elemento más próximo y, como un río por
la montaña de los orígenes, se abre paso hacia el Dios único con el que es
factible conversar de forma grandiosa cada mañana (…).
Y ahora imagínese usted, princesa,
que estoy a tres horas de Gibraltar, a cinco de Tánger, si hace buen tiempo y
la mar es llana: en este estado de ánimo ¡qué fuerte es la tentación de
atravesar el estrecho para visitar a los moros!; no obstante, temo que, si lo
atravieso, el rojo de arcilla de España quedaría velado por una capa de luz
blanca.
De momento, me encuentro en Ronda
(desde hace una semana). Desde aquí le envié a Pascha unas cuantas postales,
tan verosímil me parecía que el incomparable fenómeno de esta ciudad, asentada
sobre la mole de dos rocas cortadas a pico, muy separadas por el tajo estrecho
y profundo del río, respondería perfectamente a la imagen de aquella otra ciudad de un sueño.(29) El lugar
es indescriptible. El conjunto está rodeado por un amplio valle donde las
parcelas de cultivo, las encinas y olivares le dan una ardiente vitalidad,
mientras que, al fondo, como si hubiera reposado, se perfila de nuevo el puro
macizo de las montañas, que, sierra tras sierra, configura una espléndida
lejanía. En lo que respecta a la ciudad, dadas estas circunstancias, nada le
podría ser más propio que este subir y bajar, este estar abierto aquí y allá
sobre el abismo, un abismo tan vertiginoso que ninguna ventana se atreve a
mirarlo. Diminutos palacios, cubiertos con las sucesivas capas blancas con que
se encalan cada año, con su portal enmarcado con una cinta de color y, bajo el
balcón, el escudo de armas coronado con un yelmo, un tanto estrecho, sí, pero
prolijamente esculpido en los blasones y rebosante como una granada.
Seguramente, este sería el lugar
ideal para vivir modestamente, a la española, si no estuviéramos en esta
estación del año, si no me repugnara soportar más fatigas que las estrictamente
necesarias (las innatas y las asiduamente adquiridas). Por si fuera poco, el
diablo inspiró a los ingleses la idea de levantar aquí un hotel realmente
espléndido, donde, claro está, vivo ahora. Es una residencia neutra, costosa y
de tal índole que muchos desearían vivir en ella. Obro así, y tengo la
suficiente desvergüenza como para hacer saber a todo el mundo que viajo por
España.
Le aseguro, princesa (con toda
sinceridad, ha de creerme), que necesito un cambio en mí desde la raíz. De lo
contrario, todas las maravillas del mundo serían vanas. ¿No he constatado una
vez más cuántas cosas derrocho, como pura pérdida? La santa Angela de Foligno
experimentó algo semejante: <<aunque
todos los sabios del mundo –dice- y todos los santos del paraíso me agobiaran
con sus consuelos y promesas, y el mismo Dios lo hiciera con sus dones, si no
me transformara a mi misma i no iniciara en el fondo de mí misma una nueva
operación, en lugar de hacerme bien, los sabios, los santos y Dios mismo
exasperarían, más allá de lo expresable, mi desesperación, mi furor, mi
tristeza, mi sufrimiento y mi ceguera>> (30).
Estas palabras, subrayadas por mí
hace un año en el ejemplar de mi libro, las comprendí con toda mi alma y, a
pesar de mí mismo, no han hecho otra cosa que verificarse.
Hoy, a la vista de estas montañas, de
estas laderas abiertas de par en par en la más serena atmósfera como páginas de
una partitura dispuestas a transformarse en melodía, debo confesar la alegría
que este paisaje me habría brindado hace tan sólo tres años, cómo me habría
convertido en la misma alegría. Ahora parece como si mi corazón estuviera a mil
leguas de aquí, y compruebo que muchas cosas toman ese mismo rumbo, sin saber
si llegan o no a su destino. Ay, aún no he superado la frontera más allá de la
cual aguardo <<la nueva operación>>
hecha por mano humana. (31) Pero,
a santo de qué, puesto que mi herencia y destino es, por decirlo así, al
margen de lo humano, proyectarme hacia
lo más extremo, hacia los límites de la tierra, como me sucedió no hace mucho
en Córdoba: una perrita vulgar, en avanzado estado de preñez, se me acercó;
realmente no era ningún ejemplar glorioso y, sin duda, llevaba en su vientre
unos cachorros fortuitos que no merecía la pena conservar; pero, estábamos
solos y, aunque le costaba mucho moverse, vino a mi lado y alzó los ojos
agrandados por tanta preocupación e intimidad, anhelando una mirada mía. En la
suya se reflejaba toda esa verdad que va más allá de lo particular, para
dirigirse, no sé dónde, hacia el porvenir o a lo incomprensible. La situación
se solventó recibiendo ella un azucarillo de mi café. Era sólo un detalle—oh,
totalmente accesorio—, pero la verdad es que celebramos la misa juntos. La
acción no fue de suyo otra cosa que un gesto de entregar y recibir, pero su
significado y gravedad y toda nuestra absoluta compenetración fueron
ilimitadas. He aquí algo que sólo puede producirse en la tierra. En cualquier
caso, resulta propicio haber pasado por aquí voluntariamente, aunque sea con
incertidumbre, con culpabilidad, de una forma absolutamente desprovista de heroísmo—para
que, al fin, uno se sienta maravillosamente preparado para entrar en la
condición divina. Le he de decir, por mi parte, que el más menudo chillido de
un pájaro me impresiona y me concierne—¡Dios mío, que la primavera se apresure
en llegar y entonces, en algún sitio, conseguiré llegar con todos mis sentidos
a la naturaleza! (…)
En Ronda, en la iglesia de san
Francisco, en los suburbios que están al sur de la ciudad, hice mi primer
descubrimiento. Le hablaré de ello en otra ocasión. Ya es hora de acabar,
deseándole una feliz navidad. No celebraré esas fiestas sin pensar intensamente
en usted. En cuanto a los periódicos, no leo ninguno. (…)
Compruebo que nadie ve
para qué pueda servir una guerra. (…) ¿Sabía usted que en Nochebuena habrá luna
llena? La luna vestida de plata armonizará perfectamente con su blanco
universo.
Con todo afecto y gratitud.
Suyo
Rainer Maria Rilke
NOTAS
28. Rilke parte de
Toledo el 30 de noviembre (<<…no crea que he concluido con Toledo al
marcharme de allí –escribe a una corresponsal-; fue el frío que me acosó, y mi
mala salud, no sé si del cuerpo o del alma>>). El 1 de diciembre visita
Córdoba y su mezquita-catedral. Se maravilla ante la primera y de indigna ante
la segunda: <<¡Esta mezquita…!>> -escribe en carta- . Pero es una
pena, una tristeza, una vergüenza lo que han hecho con ella esas iglesias
enmarañadas en la trenza de su interior; la verdad, dan ganas de pasarle el
peine como a los nudos de una hermosa melena; (…) incluso ahora resulta
simplemente insoportable oír el órgano y el canto de los canónigos en este
espacio>>. Del 3 al 6 de diciembre se encuentra en Sevilla (<<nada
esperaba de ella y nada me dio>>) donde visita un hospital para ancianos.
El 7 de diciembre llega a Ronda y se instala en el hotel mencionado en la
carta, el Reina Victoria, que en la actualidad, reformado, conserva una
habitación-museo dedicada a Rilke y una estatua suya en bronce preside en el
jardín. Rilke permanecerá en esta ciudad hasta el 18 de febrero de 1913.
29. Rilke alude a un sueño tenido por Pascha, hijo de la princesa,
tras las sesiones de espiritismo, tenidas en el castillo de Duino. En él Rilke
se dirigía al soñante y le mostraba el dibujo de una ciudad a la que se
dirigía. Pascha comunicó el sueño a
Rilke.
30. En francés, en el
texto de la carta.
31. Rilke alude a una
posible intervención psicoanalítica. A comienzos de 1912, el 20 de enero,
escribió a su íntima confidente, Lou Andreas Salomé, la mujer que había
enamorado a Nietzsche, y al que ella no correspondió, ya discípula de Freud, al
respecto. Lou le desaconsejaría el tratamiento: Rilke sanaría a través del
proceso de su creación poética.
Texto tomado del libro
“Cartas del vivir”. Editorial MAGORIA. Selección, prólogo, traducción y notas
de Antoni Pascual.
las cartas de Rilke...exquisitas aperturas del alma. No sé si ha leído las cartas que le escribió a la joven pianista alemana Magda von Hattinberg, llamadas "cartas a Benvenuta"...y las de ella para él...bello blog. La historia de amor de Bettina Brentano el poeta Goethe está llena de misterio y asombro...le regalo esta carta de ella para él:
ResponderEliminar"Amado Goethe, radiante sol de mi vida, que ilumina con sus rayos y calienta con su fuego los tejados cubiertos de la nieve invernal, y que penetra esplendoroso en mi propia estancia: el tejado de una casa vecina es el símbolo de tu recuerdo.
Si no fuese por él, estaría hoy triste como un ciego de nacimiento, incapaz de formarme una idea de la luminosidad del cielo; tú, clara linfa donde se refleja la luna y en la que se podrían coger las estrellas ahuecando la mano.
Todos nosotros no somos más que esclavos con la frente baja, mientras el poeta es un hombre libre frente a la Naturaleza, y en su corazón lleva grabada su imagen ofreciéndonosla para que la besemos y adoremos.
Algún día llegará, querido Goethe, en que yo pueda ofrecerte algo; quiero decir que llegará el día en que rodee tu cuello con cálidos brazos enamorados.
Al nacer este año me resulta tan grato escribirte, como si un labio hablase a otro labio y pretendiera sostenerse entre ellos un serio coloquio. Éste es el motivo de que en mis cartas no se distinga más que la conciencia de mi amor, ese íntimo deseo de unirme a ti..., y aunque estoy muy lejos de ti, puedo asegurarte que todas las noches me quedo dormida en tus brazos... No quemes mis cartas no las rompas; algún día podrá dolerte el haberlo hecho; mi amor es firmísimo y vivo en constante deseo de estar a tu lado; pero no se las enseñes a nadie, guárdalas secretamente, como escondido tesoro. Mi amor es hermoso, encantador, celestial...
Si estuviera a tu lado, a la hora en que la casa se queda silenciosa, me sentaría a tus pies y te miraría a los ojos, con íntima pasión, con esa pasión que se siente al estar al lado del ser amado, y no oirá ni me importaría nada del resto del mundo...
Segura estoy de que me besarías y me llamarías por mil nombres dulces y cariñosos, abrazándome como si fuese tu amada.
Pero esto es sólo un sueño, que vive y crece durante la noche, y que como algunas plantas orientales, se marchita cuando las primeras luces del alba aparecen por Oriente."
~
Bettina Brentano
Qué carta tan bella y apasionada, muchísimas gracias, la publicaré aquí con los créditos respectivos.
ResponderEliminarBuscaré las otras cartas de las que me habla en otro epistolario que tengo de Rilke.
¡Un fuerte abrazo!