20 de junio, viernes. Mi lema aquí podría muy bien ser «Mi espíritu
está atado, como un sueño» Desde hace algún tiempo lucho con la depresión. Es
como si mi vida fuese mágicamente dirigida por dos corrientes eléctricas:
jubilosa positiva y desesperada negativa; la que funciona en un momento
determinado domina mi vida, la inunda. Ahora estoy inundada por la
desesperación, casi por la histeria, como si me estuviera asfixiando. Como si
un búho grande y poderoso se me hubiera posado sobre el pecho, y me apretara el
corazón con sus garras. Sabía que esta nueva vida sería más dura, mucho más
dura, mucho más dura que la enseñanza, pero tengo armas, y el conocimiento
propio es la mejor. Estaba absolutamente histérica el otoño último cuando
empecé a trabajar en Smith: las exigencias exteriores pedían mi sangre, y yo
tenía miedo. Ahora, me encuentro en una situación completamente distinta y, sin
embargo, el contenido emocional es el mismo. Dispongo de catorce meses
«completamente libres» por primera vez en mi vida, una seguridad económica
razonable y la mágica y cotidiana compañía de un esposo magnífico…,tan grande y
creativo de una manera ciclópea, que acabo por imaginar que lo he inventado yo;
si bien son tantas las sorpresas extraordinarias que ofrece que me obliga a
reconocer su realidad y el hecho de que, en su elemento, es tan profundo como
un iceberg. De manera que tengo todo esto, pero mis extremidades están
paralizadas; las exigencias interiores piden mi sangre y tengo miedo, porque
soy yo quien ha de decidir cuáles son mis exigencias: la responsabilidad
más difícil del mundo, porque no hay material exterior recalcitrante a quien
culpar de obstáculos y fallos, tan solo la erizada terquedad interior: pereza,
vanidad, mansedumbre. Sé, lo sabía incluso mientras escribía el otoño último,
que si me enfrento con esta experiencia, dominándola, y produzco un
libro de poemas, relatos, una novela, aprendo alemán y leo a Shakespeare,
antropología azteca y El origen de las especies— de la misma manera que
me enfrenté con las diferentes exigencias de la enseñanza y las dominé—nunca
volveré a tener miedo de mí misma. Y si no tengo miedo—si no me asustan mis
propios miedos cobardes y mis muecas de dolor—me quedarán muy pocas cosas en el
mundo de las que tener miedo –accidentes, enfermedad, guerra, sí—pero no de mi
capacidad para hacerles frente. Esto es, por supuesto, una manera de cantar o
silbar en la oscuridad para superar el pánico. He suspirado incluso por la
primavera y más temida entre las ordalías de la mujer: tener un hijo, para
eludir así mis demonios exigentes y disponer de una excusa continuada para la
falta de producción escrita. He de dominar primero mi escritura y mi
experiencia, y después me habré merecido la conquista del parto. Parálisis. Una
vez que las tensiones exteriores han desaparecido, me encuentro en un día de
junio, frío y gris, dando la bienvenida a la verde penumbra de las hojas, al
mismo tiempo que retrocedo más y más sobre mí misma, y profundizo, anhelando
volver a visitar mi primera ciudad natal que es Winthrop, no Wellesley, Jamaica
Plain incluso: los nombres se han convertido en talismanes. El reloj de la
iglesia (¿o es la llamada al ángelus) da las doce con su extraña y medida
sucesión de campanadas. He dejado escapar casi un mes en viajes a Nueva York, a
Wellesley y en buscar piso. He perdido el tiempo. He visto a gente. Digo que
necesito relacionarme con otras personas, pero ¿qué bien me han hecho? Quizá lo
descubra cuando intente escribir un relato. Me apoyo contra la ventana, la
frente sobre el cristal, esperando que salga de la casa el cartero de uniforme
azul, después de dejar cartas de aceptación…
![]() |
Sylvia Plath y su esposo el poeta Ted Hughes. |
Sylvia Plath
(1932-1963). Poeta y escritora estadounidense.
Entrada en su diario con fecha 20
de junio. Incluido en la tercera parte de sus Diarios. Boston 1958-1959 e
Inglaterra 1960-1962.
Alianza Tres.
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