miércoles, 1 de mayo de 2013

SYLVIA PLATH. Diarios, 20 de junio








20 de junio, viernes. Mi lema aquí podría muy bien ser «Mi espíritu está atado, como un sueño» Desde hace algún tiempo lucho con la depresión. Es como si mi vida fuese mágicamente dirigida por dos corrientes eléctricas: jubilosa positiva y desesperada negativa; la que funciona en un momento determinado domina mi vida, la inunda. Ahora estoy inundada por la desesperación, casi por la histeria, como si me estuviera asfixiando. Como si un búho grande y poderoso se me hubiera posado sobre el pecho, y me apretara el corazón con sus garras. Sabía que esta nueva vida sería más dura, mucho más dura, mucho más dura que la enseñanza, pero tengo armas, y el conocimiento propio es la mejor. Estaba absolutamente histérica el otoño último cuando empecé a trabajar en Smith: las exigencias exteriores pedían mi sangre, y yo tenía miedo. Ahora, me encuentro en una situación completamente distinta y, sin embargo, el contenido emocional es el mismo. Dispongo de catorce meses «completamente libres» por primera vez en mi vida, una seguridad económica razonable y la mágica y cotidiana compañía de un esposo magnífico…,tan grande y creativo de una manera ciclópea, que acabo por imaginar que lo he inventado yo; si bien son tantas las sorpresas extraordinarias que ofrece que me obliga a reconocer su realidad y el hecho de que, en su elemento, es tan profundo como un iceberg. De manera que tengo todo esto, pero mis extremidades están paralizadas; las exigencias interiores piden mi sangre y tengo miedo, porque soy yo quien ha de decidir cuáles son mis exigencias: la responsabilidad más difícil del mundo, porque no hay material exterior recalcitrante a quien culpar de obstáculos y fallos, tan solo la erizada terquedad interior: pereza, vanidad, mansedumbre. Sé, lo sabía incluso mientras escribía el otoño último, que si me enfrento con esta experiencia, dominándola, y produzco un libro de poemas, relatos, una novela, aprendo alemán y leo a Shakespeare, antropología azteca y El origen de las especies— de la misma manera que me enfrenté con las diferentes exigencias de la enseñanza y las dominé—nunca volveré a tener miedo de mí misma. Y si no tengo miedo—si no me asustan mis propios miedos cobardes y mis muecas de dolor—me quedarán muy pocas cosas en el mundo de las que tener miedo –accidentes, enfermedad, guerra, sí—pero no de mi capacidad para hacerles frente. Esto es, por supuesto, una manera de cantar o silbar en la oscuridad para superar el pánico. He suspirado incluso por la primavera y más temida entre las ordalías de la mujer: tener un hijo, para eludir así mis demonios exigentes y disponer de una excusa continuada para la falta de producción escrita. He de dominar primero mi escritura y mi experiencia, y después me habré merecido la conquista del parto. Parálisis. Una vez que las tensiones exteriores han desaparecido, me encuentro en un día de junio, frío y gris, dando la bienvenida a la verde penumbra de las hojas, al mismo tiempo que retrocedo más y más sobre mí misma, y profundizo, anhelando volver a visitar mi primera ciudad natal que es Winthrop, no Wellesley, Jamaica Plain incluso: los nombres se han convertido en talismanes. El reloj de la iglesia (¿o es la llamada al ángelus) da las doce con su extraña y medida sucesión de campanadas. He dejado escapar casi un mes en viajes a Nueva York, a Wellesley y en buscar piso. He perdido el tiempo. He visto a gente. Digo que necesito relacionarme con otras personas, pero ¿qué bien me han hecho? Quizá lo descubra cuando intente escribir un relato. Me apoyo contra la ventana, la frente sobre el cristal, esperando que salga de la casa el cartero de uniforme azul, después de dejar cartas de aceptación…


   
Sylvia Plath y su esposo el poeta Ted Hughes.
Me encuentro suspendida en el vacío, en los gases de escape de la máquina anual de la enseñanza, que se aleja velozmente chasqueando y ronroneando. Me compete, por primera vez en otro contexto…, y por un periodo muy largo, estructurar mis días con rigor y de manera creativa—llenarme de proyectos, de lectura y escritura—, llevar una casa de manera eficaz y con limpieza, librarme de la enfermedad del desaseo. Esta semana hemos encontrado un apartamento «ideal»: ideal estéticamente, aunque no por el precio ni por la cocina, aplastada contra una pared del cuarto de estar. Pero la vista, ah, la vista sí, la vista. Dos habitaciones en un sexto piso de Beacon Hil por 115$ al mes, aunque con luz, tranquilidad y el panorama del río, junto con dos ventanas saledizas donde escribir, una para Ted y otra para mí. Espero únicamente la carta de Marianne Moore para solicitar una beca Saxton, beca que cubriría exactamente el importe de diez meses de los doce de arrendamiento y tranquilizaría por completo mi conciencia puritana en ese aspecto. El apartamento de Beacon Hill da a nuestro verano libertad y paz. Escribo aquí porque me siento paralizada en cualquier otro sitio. Incorregible. Como por reacción a la danza, a la tarantela del año de docencia, mi mente se cierra frente al saber, al estudio: pierdo el tiempo, como deslizándome: tomo esto o aquello, seco un plato, preparo un poco de mayonesa, salto ante el sonido imaginado del silbato del cartero por encima del rugido del tráfico. Estoy desilusionada con mis poemas, que se vuelven insípidos. Sólo dispongo de un poco más de 25 y quiero cuarenta de una solidez incontestable. Temas abstractos. No logro aún aprovechar mi experiencia. Sigo descartando y descartando. Mi cabeza está horra de ideas y revuelvo temas como una urraca: restos y saldos. Me siento insignificante, deficiente en riqueza mental. Temerosa, inadecuada, desesperada. Como si mi cabeza, con un chasquido, se inmovilizara, parpadeando. Lentamente, debo poner orden en mis territorios: crear mi sueño de identidad con poemas, bebés que tomen el pecho, la calma de una Esposa de Bath, humor y capacidad de resistencia, hasta que, con el tiempo salga adelante. No me enfrento a un año en el que la enseñanza me organiza el tiempo, sino con un año mucho más duro en el que todas las elecciones son mías, todas las iniciativas y retrasos, las incomparecencias, las espantadas y las lentitudes provocadas por la pereza.





Sylvia Plath
(1932-1963). Poeta y escritora estadounidense.

Entrada en su diario con fecha 20 de junio. Incluido en la tercera parte de sus Diarios. Boston 1958-1959 e Inglaterra 1960-1962.
Alianza Tres.


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