 |
Clara Aparicio en 1948, por Juan Rulfo. |
México D.F. a 9 de
enero de 1945
Sta. Clara Aparicio.
Kunhardt No. 55.
Ho Guadalajara, Jal.
Clara, pequeña amiga mía:
Tengo, entre las joyas de mis parientes, un tío muy terco (yo también soy muy
terco, pero él me gana) que se armó a que lo acompañara. Y la cosa fue tan de
repente que no tuve tiempo sino de hacer mi envoltorio y venirme con él. Eso
fue el sábado al mediodía. Por tal motivo, estoy suplicándote me perdones el no
haberte avisado de mi salida.
Me he acordado mucho de ti. Todo el camino me vine piense y piense que en
Guadalajara se había quedado una cosa igual a las cosas esas que andan por el
cielo, y, de puro acordarme, venía sonriéndose mi corazón y dando de brincos a
cada paso, como si no le cupiera el gusto de saber que tú existes. Debido a eso
no se me hizo largo el camino.
Él y yo nos vinimos platicando de ti (mi corazón y yo), y él estuvo de acuerdo
conmigo en todo. Por ejemplo. yo comencé por decirle que no me merecía ni
siquiera que me dirigieras la palabra y mucho menos tenerme por amigo.
 |
Juan Rulfo |
Entonces
él me contestaba: es muy cierto, muy cierto. Yo seguía diciéndole: tengo
necesidad de Ella, de quererla mucho; ¿pero acaso tengo yo algún mérito para
merecerla, eh? No, no tienes ninguno, de respondía él. Ella es muy bonita,
¿verdad? ¿Bonita? ¡Es la criatura más hermosa con que yo haya tropezado en mi
vida! Eso decía mi corazón.
Luego pasé a preguntarle si Ella no se iría a enojar si le habláramos de tú,
aquí en esta cosa que casi parece carta. No, no se enojará; el de Ella es un
corazón muy buena gente y no se enojará. Ahora, si se enoja, que se enoje, al
fin y al cabo no está aquí cerca de nosotros para que nos regañe. Oye, corazón,
ahora sí te equivocaste. Ella sí está aquí con nosotros; nada más cierra los
ojos y verás la figura completa de Ella. Ahora está arqueando la cejita y nos
está echando una mirada muy seria. Dentro de un rato se le va a salir uno de
esos suspiros buenos que Ella acostumbra dar de rato en rato, cuando no sabe
qué que hacer con el amor que lleva dentro.
¡Ah!, si Ella se imaginara la fuerza que tiene su recuerdo y la forma como él,
ese recuerdo suyo, lo tenemos aquí presente, tal así, vez nos quisiera un
poquito. Bueno, vamos haciendo una aclaración, vamos suponiendo que nos quiere
tantito, así, con un amor del tamaño de una semilla de amapola. Pero no, no nos
con quiere ni así. ¿Te acuerdas del día en que nos dijo que no nos tenía confianza?
Tú te pusiste a llorar un rato, ¿no? Y esto se debió a que la queremos, a que
Ella es la misericordia para nosotros y aunque yo me he propuesto aceptar todo lo que venga de ella, tú, en
cambio, eres débil como una cáscara de mi ciruela y te dueles con mucha
facilidad. A veces me da pena salir a defenderte porque no aguanto la cara de
sentimiento que pones. Sobre todo, me da pena con Clara. ¿Qué idea se hará ella de tu
fragilidad, de ti, pobre corazón que la quieres tanto?
Los dos te queremos. Mi corazón y yo somos un buen par de buenos amigos tuyos.
Esa es la verdad.
Te estoy escribiendo desde un restaurante. Aquí estoy en mi elemento. Son las
diez de la noche y se me magulla el alma de pensar que tú algún día llegues a
olvidarte de este loco muchacho. No, ahora no estoy triste. Tristeza la de
antes de conocerte, o cuando el mundo estaba cerrado y oscuro; pero no ahora en
que, si no me porto mal, tal vez, algún día de éstos, llegues a comprender lo
encariñado que estoy contigo. Clara, vida mía, me hace falta tantita de tu
bondad, porque la mía está endurecida y echada a perder de tanto andar solo y
desamparado.
Perdóname si yo he exigido mucho de ti, quizá demasiado, que haya querido que
tu corazón palpitara fuera de tiempo, como yo hago con el mío; pero yo soy un
desequilibrado de amor y tú no, ahora lo sé y sé también que por eso me gustas
así, porque eres como la brisa suave de una noche tranquila.
Es precisamente por esto que yo te anduve buscando y me metí en tantos trabajos
para dar contigo porque sabía que, ya conociéndote, podía contarte las cosas
que le dolían a mi alma y tú me darías el remedio.
 |
Autoretrato de Juan Rulfo en el Nevado de Toluca, década de 1940. |
Clara, no sé todavía los días que me voy a estar por aquí. Ando arreglando el
asunto de mis sueldos y quiero ver, de paso, si es posible dedicarme a librero
allá en Guadalajara. Ya que estoy aquí quiero aprovechar el tiempo en algo. Si
de casualidad quieres escribirle al muchacho puedes hacerlo a Virrey Antonio de
Mendoza No. 125, Lomas de Chapultepec. Es la cosa que yo me moriría de gusto al
tener noticias tuyas.
Aquí está haciendo de las suyas el frío; pero yo estoy enamorado y a los
enamorados no nos hace fuerza nada.
Quisiera poder contarte más cosas de estoy de aquello, pero soy muy flojo para
escribir y lo hago muy mal. Ojalá se componga el tiempo y vuelva la
inspiración, aunque la inspiración se quedó en Guadalajara.
(No sé qué poner aquí)
Auf Wiedersehen
Juan Rulfo
La verdad es que tengo
prisa por mandarte esta carta y recibir
tus disculpas; por eso no la hago más larga.
Mucho Te quiere
Publicado en Aire de las colinas.
Cartas a Clara, Sudamericana, Buenos Aires, 2000.
La fotografía de Clara
Aparicio fue tomada del blog de Carlos Morales, Cartas en la noche.
Texto tomado de Centro
de Documentación Epistolar.